Sophia había soportado innumerables pruebas desde su llegada a Reeder Corp. Cada desafío, ya sea profesional o personal, había contribuido a forjar la determinación que la caracterizaba. Sin embargo, nada la había preparado para la prueba que estaba a punto de enfrentar, una situación que la obligaría a confrontar un dilema que superaría todo lo que jamás había imaginado.
Un día en que, convencida de que finalmente podría demostrar de manera indiscutible sus habilidades y competencias a través de su trabajo, recibió un mensaje inesperado. Clara, siempre implacable en sus intrigas y maniobras detrás de escena, le envió una convocatoria fuera de lo común. El mensaje establecía que Sophia debía desplazarse a un despacho apartado, en un barrio discreto y poco transitado de la ciudad, para reunirse con un tal señor Girard. Según se explicaba, la firma de un contrato con este individuo era indispensable para formalizar una alianza crítica para Reeder Corp; además, era la condición sine qua non para asegurar la continuidad y el futuro del departamento de diseño en el que Sophia tenía un papel fundamental. La omisión de dicho acuerdo podía, literalmente, significar la pérdida de su puesto.
Al leer el mensaje, Sophia sintió un cúmulo de emociones mezcladas: desconcierto, indignación y temor. ¿Cómo podía la empresa, o quizás alguien desde dentro de ella, obligarla a encontrarse con un hombre cuya reputación estaba envuelta en silencios y rumores oscuros? Incluso, se había comentado entre algunos que sus modales rozaban lo perverso, lo que hacía aún más difícil comprender la naturaleza de la invitación. No obstante, su nobleza y su inquebrantable deseo de avanzar la impulsaron a pensar que, a pesar de la situación, esta era una oportunidad para demostrar que era dueña de su destino. No se trataba de ceder por presión, sino de ponerse a prueba para consolidar su carrera –algo que, además, benefaría el futuro de sus hijos.
Durante largas horas, Sophia analizó y releyó el mensaje, sopesando meticulosamente los pros y los contras. La decisión era difícil, pero comprendía que al aceptarla no se trataba de una sumisión, sino de mostrar, sin importar cualquier provocación, que su destreza en el diseño y su fortaleza interior eran innegables. Con determinación, decidió acudir a la cita, no por obligación, sino para demostrar que su profesionalismo estaba a la altura de cualquier reto.
El edificio al que debía ir se encontraba en un barrio industrial recientemente renovado, que combinaba la estética de un loft contemporáneo con rasgos de la arquitectura brutalista. Esta fusión daba lugar a un ambiente dual: de un lado, la modernidad y la creatividad; del otro, una atmósfera inquietante, en la que las frías luces de neón del vestíbulo y los murmullos apenas perceptibles contribuían a la sensación de que todo eraconde intenciones ocultas. Desde el exterior, la estructura parecía, a la vez, un santuario de innovación y un refugio para secretos inconfesables.
Sophia, luciendo un impecable atuendo profesional que evidenciaba su determinación, cruzó la pesada puerta de acero del edificio. Cada paso que daba al subir las escaleras le aceleraba el pulso; el retumbar de sus pasos se volvía casi melódico, como si cada uno contara el inminente comienzo de un episodio decisivo en su vida. El ambiente, impregnado de tensión y misterio, hacía que sus pensamientos fueran un torbellino de recuerdos –desde los momentos duros de acoso y las acusaciones infundadas que había soportado en la empresa, hasta las palabras alentadoras de Chris, su apoyo lejano desde Italia, y esa inquebrantable fuerza interna que la había impulsado a seguir adelante.
Al llegar a la recepción, una mujer con rostro inexpresivo le entregó un distintivo temporal. Con un gesto de la mano, le indicó la dirección de un ascensor que la llevaría al último piso del edificio. Dentro del pequeño compartimento, rodeada por la fría quietud de la cabina y el zumbido lejano de la máquina, Sophia se encontró sola con sus pensamientos. Aquella soledad le permitió revivir los episodios recientes de hostigamiento y difamación, pero también recordar los momentos en los que la aliento y las palabras de aliento de personas que la apoyaban la ayudaron a no abandonar su empeño.
Cuando el ascensor se detuvo con un leve chirrido y las puertas se abrieron revelando un largo y tétrico pasillo apenas iluminado, Sophia sintió cómo la sensación de irrealidad se intensificaba. Tras caminar durante unos minutos por el corredor silencioso, llegó ante una puerta de la que colgaba una elegante inscripción en letras doradas: «Servicios de Alianzas – Reeder Corp». Respiró profundamente, reuniendo el valor que necesitaba, y golpeó suavemente la puerta.
Una voz grave y autoritaria le indicó que entrara. Al empujar la puerta, se encontró en un espacioso despacho. Los muros estaban decorados con cuadros abstractos y exhibían prototipos industriales, combinando creatividad y precisión en un ambiente que parecía realizado a la medida de los negocios. Dominando la escena, un imponente escritorio de caoba ocupaba el centro, y detrás de él se encontraba un hombre de mediana edad. Su mirada penetrante y su sonrisa ladeada provocaron en Sophia un escalofrío inmediato. Aunque vestía un traje impecable, algunos detalles –la forma casi automatizada en que acariciaba su bolígrafo y la intensidad de su mirada cada vez que se cruzaban– revelaban una extraña aura, casi inquietante, que sugería intenciones ocultas.
— “Señor Girard”, dijo él con voz suave y segura, extendiendo la mano en señal de bienvenida. — “Siéntese, Sophia. Ya sabe por qué está aquí”, añadió mientras lo invitaba a acomodarse.
Sophia vaciló por un breve instante, pero aceptó tomar su mano. El contacto fue frío y calculador, lo que la hizo estremecer. Se instaló en un sillón frente al hombre, colocando discretamente su bolso sobre una mesa auxiliar, mientras sus sentidos se agudizaban para captar cada detalle de aquel encuentro.
Después de unos minutos de discusión sobre bocetos y detalles contractuales, Girard suavizó su tono, adoptando una postura casi familiar y menos rígida.
— “Antes de adentrarnos en asuntos más serios, ¿por qué no nos relajamos un poco? Sophia, ha trabajado arduamente en todo esto. ¿Qué le parecería compartir una copa conmigo?” propuso, dejando entrever que la atmósfera podría tornarse menos formal.
Sophia dudó. No se sentía completamente cómoda con la idea de mezclar una bebida en medio de una reunión tan crucial, pero era consciente de la importancia vital de ese contrato para Reeder Corp y, por ende, para la estabilidad de su puesto. Con una ligera inclinación, respondió:
— “Un vaso… si no nos toma demasiado tiempo, supongo que podría intentarlo.”
Girard, satisfecho con la respuesta, se levantó para preparar las bebidas. En unos instantes, regresó con dos copas: una contenía un líquido de tono ámbar profundo y la otra un cóctel delicado. Con una sonrisa algo insistente, le extendió su copa a Sophia y proclamó:
— “¡Por el éxito de nuestro futuro acuerdo!” Sophia levantó su copa y, esbozando un leve gesto de cortesía, tomó un sorbo. Aunque el sabor era extraño y poco convencional—seguramente fruto de ingredientes inusuales—pensó que quizá formaba parte de aquella metodología destinada a generar confianza.
Sin perder la compostura, Sophia replicó:
— “Gracias. Sin embargo, señor Girard, me gustaría retomar el tema del contrato. Hay algunos puntos que necesito aclarar antes de ofrecer mi aprobación.”
Girard asintió con la cabeza, pero sus ojos se fijaron en ella con una intensidad que, poco a poco, fue generando en Sophia una inquietud cada vez mayor. Al transcurrir apenas unos minutos, empezó a sentir una ligera sensación de mareo. Sus palabras se volvieron lentas, y la visión comenzó a nublarse mientras sus pensamientos se enredaban en una confusión inesperada.
— “Yo... no me siento bien”, dijo Sophia con voz temblorosa, intentando recuperar el control de la situación. Girard, con una sonrisa que parecía carecer de toda empatía, se acercó un poco más y comentó:
— “No se preocupe, seguramente sólo necesita descansar un instante.”
Fue entonces cuando Sophia comprendió que algo no estaba funcionando. Con esfuerzo, intentó ponerse de pie, pero sus piernas se sintieron tan pesadas que apenas lograron sostenerla. Con creciente alarma, exclamó:
— “¿Qué... qué ha puesto en mi bebida?”
Girard permaneció en silencio por unos instantes, y su sonrisa se tornó aún más enigmática, como si su comportamiento perfecto ocultara un plan siniestro. Aun con la debilidad apoderándose de ella, Sophia luchó internamente por recomponerse y recuperar el control de la situación.
— “Quiero irme. Ahora mismo”, declaró con determinación, a pesar de sentirse desorientada.
Sorprendido por su repentina reacción, Girard se retiró ligeramente, permitiéndole respirar y aclarar un momento su disperso juicio.
— “Muy bien, señorita Carter. Pero antes de que se retire, permítame recordarle que este contrato es de suma importancia para su carrera. Piénselo bien antes de tomar una decisión precipitada”, advirtió con voz serena, pero con un tono que advertía consecuencias serias.
En ese instante, Sophia sintió cómo se intensificaba la tensión en el despacho. Lo que había comenzado como una reunión formal se transformaba en una situación de riesgo, y la atmósfera se cargaba ahora de una sensación de peligro inminente. Con el corazón acelerado, se dio cuenta de que había caído en una trampa insidiosa, diseñada para debilitarla y poner en jaque su posición profesional.