Sophia se encontraba en el amplio salón de la mansión, con la mirada fija en Margaret, la abuela de Alexander. El destello de sorpresa en sus ojos era innegable, y las palabras que acababa de pronunciar aún resonaban en el aire.
Sophia: —¿Qué haces aquí, abuela?
Margaret, igualmente sorprendida, se levantó ligeramente de su sillón, y su sonrisa cálida se transformó en una expresión perpleja.
Margaret: —¿Sophia, querida? ¿Qué haces aquí?
Sophia sintió cómo su corazón se aceleraba. Se dio cuenta de que la situación era mucho más compleja de lo que había imaginado. A su lado, los trillizos la miraban con curiosidad, pero su corta edad les impedía percibir completamente la tensión en la habitación.
Alexander, quien acababa de entrar en el salón y había oído la observación de Sophia, frunció el ceño, intrigado. Se acercó lentamente, pasando la mirada de Sophia a su abuela.
Alexander: —¿Cómo es eso de “abuela”? Sophia, ¿cómo conoces a mi abuela?
Sophia, perturbada e incapaz de encontrar las