Todos almorzaron, después Aysun subió las escaleras, Serhan subió después que ella y entró a la habitación sin llamar. Aysun lo miró con reproche.
—¿Por qué no tocas la puerta?
—Esta es mi casa, no tengo porqué tocar. Además, eres mi mujer.
—Sabes que no soy mujer.
Él fijó la mirada sobre ella y se acercó más, Aysun retrocedió.
—¿Me tienes miedo? Se quedaron viendo fijamente.
—No te me acerques.
—Eres mi mujer —la sujetó con fuerza de la cintura, ella gimió del susto e interpuso sus manos entre los dos.
—¿Qué haces? —Su corazón se aceleró.
—Eres bonita, me atraes, deberíamos consumar esto. —Intentó besarla, pero ella giró su cara para evitarlo.
—Se supone que esto no sería así —murmuró Aysun, con la voz apenas audible, como si temiera despertar algo que no podría controlar.
Serhan no respondió. Su respiración era pesada, caliente, el aire que los separaba se volvió espeso, casi tangible. La miraba como un hombre que lleva días conteniéndose y, de pronto, pierde la paciencia.
—No debe