Cuando Leo pasó por mí para ir a nuestra “segunda cita” no creí que valiera la pena recordarle que no era buena idea pavonearse en su coche deportivo en mi colonia y tampoco me apeteció esperar en caso de que se ocurriera abrirme la puerta, así que me limité a subirme y ponerme el cinturón de seguridad sin decir nada.
— ¿Todo bien?
Preguntó levantando una ceja.
— Todo de maravilla.
Respondí con la vista fija en la ventanilla.
— Sabes que yo también fui arrastrado aquí por Karina ¿Verdad?
— Bueno, tu manager es todo un caso, pero la diferencia es que yo no muero de ganas de ir a esta “cita” porque tus fans ya quieren mi cabeza en una lanza y tengo el presentimiento de que voy a encontrar la forma de empeorar la situación, a ti probablemente tuvo que obligarte a venir sólo porque no me soportas, así que, lamento ser un inconveniente, pero no es lo mismo.
— ¿Se puede saber de dónde sacaste que no te soporto?
Dijo tras uno de sus suspiros exasperados.
— Pues no lo sé, la forma en la que tú y tus amigos me trataban me dio esa impresión, ¿Puedes creerlo?
Rodó los ojos antes de responder.
— Éramos unos mocosos torpes, ¿Puedes siquiera intentar superarlo? Han pasado años.
— Ya, apuesto a que ustedes lo olvidaron incluso antes de la graduación ¿Verdad?
— Ok, ¿Qué m****a pasó con lo de tratar de no joder al otro y hacer esto soportable?
Tomé una inhalación profunda.
— Vale, sólo ignórame ¿Sí? No estoy precisamente de humor para ser cordial en este momento.
— Viajamos en silencio entonces.
Encendió el radio y me dejó pasar el resto del trayecto viendo edificios desfilar por la ventanilla.
— Supongo que al menos debería preguntar en dónde estamos.
Dije al fin mientras se estacionaba frente a uno de los edificios más altos de la ciudad.
— ¿No sabes dónde estamos?
— Vale, más bien debí haber preguntado por qué estamos aquí.
— Vamos al restauran que está en el ultimo piso.
— No tenía idea de que hubiera un restauran haya arriba.
— Se supone que la vista de la ciudad es increíble y el restauran gira para que puedas apreciarla en 360º mientras comes.
— ¡Suena genial!
Sabía que no estaba ahí por gusto, pero no pude evitar entusiasmarme.
— Vamos entonces.
Dijo tomándome de la mano.
Con nuestras manos entrelazadas me adelanté a los elevadores, sintiéndome como una niña que arrastraba a sus padres a los juegos mecánicos en la feria.
Cuando nos quedamos sólos en el pequeño espacio, lo escuché reír por lo bajo.
— Sabía que te iba a gustar este escenario.
— ¿Y por qué estabas tan seguro?
— Por el capítulo del mirador en la historieta. Supuse que te gustaban los lugares con vista.
— Bueno, me pareció el lugar más romántico en ese contexto, además el capítulo tuvo paneles increíbles… Momento ¿Leíste “Nuestra canción de amor”?
— Volteo mi vida de cabeza, era inevitable que sintiera curiosidad.
Respondió encongiéndose de hombros, cómo si no fuera la gran cosa.
— ¿Qué tanto has leído?
— Voy en el capítulo 12, más o menos.
— Vale, nueva regla para nuestro acuerdo: No puedes seguir leyendo mi historieta.
— ¿Por qué? ¿Hay algo que no quieres que vea?
No exactamente, pero imaginarlo leyendo las escenas subiditas de tono en las que dibuje a un personaje que era idéntico a él bastaban para que quisiera vender todas mis posesiones para comprar un boleto de avión de avión que me sacara del país.
— Sólo no lo hagas ¿Vale?
— Si estaba empezando a perder interés, ahora definitivamente debo terminarla.
Antes de que pudiera argumentar algo más, llegamos por fin al último piso.
Después de atravesar la elegante recepción, una hostess nos dirigió a la mesa que teníamos reservada, con una vista maravillosa y apenas nos sentamos pusieron la carta de los vinos en nuestras manos.
— Pide lo que quieras, el departamento de PR invita.
Me susurro al oído.
— La botella más cara de champaña que tengan, entonces.
Decidí, poniendo el menú sobre la mesa.
Ya que a Karina y el resto de su equipo no les incomodaba sacarme tanto provecho como fuera posible sin consideración alguna por mis sentimientos al respecto, bien podía tomar tanto como fuera posible yo también.
Me dirigió una de esas sonrisas torcidas que podría hacer a cualquier incauta caer de rodillas frente a él.
— Ya que estamos, deberías pedir un coctel como aperitivo también.
Lo consideré por un momento, pero terminé negando con la cabeza.
— No es buena idea a menos que quieras llevarme cargando de vuelta al carro.
Sonrió de nuevo, pero está vez haciendo alarde de los hoyuelos que me recordaban al adolescente desgarbado.
— Descuida, estoy seguro de que sólo necesitaría un brazo.
La idea de ponerme absolutamente ebria para importunarlo me pareció tentadora por una fracción de segundo, pero con mi suerte iba a terminar en una primera plana vomitando sus zapatos que probablemente valían más que un mes de la renta de mi departamento o cayendo de cara debido al movimiento del restaurante, así que desistí casi de inmediato.
— No, no hace falta, puedo ser lo suficientemente impertinente en mis cinco sentidos.
Respondí con el rostro completamente girado hacia el cristal para apreciar la escena de la ciudad que se movía como un ser vivo debajo de nosotros.
Desde esa distancia, a la que que era imposible percibir cualquier imperfección, la ciudad en la que había vivido desde que nací se veía hermosa como el pulido escenario de una película.
Con una perspectiva privilegiada como esa nosotros y por ende todos nuestros problemas parecíamos tan insignificantes, que daba la impresión de estar elevados por encima de todas las preocupaciones mundanas.
— ¿Aplicándome la ley el hielo de nuevo?
La voz de mi acompañante me trajo de vuelta a la realidad.
— Oh no, lo siento, sólo me perdí en mis pensamientos.
— Me preguntó en qué estabas pensando con esa expresión tan seria en tu rostro.
Me encogí de hombros.
— Lamento decepcionarte, pero sólo estaba reflexionando en como todo se ve diferente si te alejas lo suficiente, me temo que no tuve ninguna revelación filosófica.
— En fin, al menos tu mirada dejo de verse como la de alguien siendo torturado.
— Verás, todo es gracias a la distancia. Tal vez si fue una epifanía después de todo.
Respondí a modo de broma.
Los meseros volvieron a servirnos una copa de la botella que acabábamos de ordenar y unos instantes después a presentar el primer tiempo de la degustación.
— Vuelve a ver si tienes otra gran revelación, podemos disfrutar la cena y la vista en silencio.
Ofreció cuando se marcharon.
— ¿Y si hay una cámara apuntándonos?
Con una copa burbujeante y ese escenario tan hermoso era fácil olvidar lo que estábamos haciendo ahí, pero lo cierto era que estábamos dando un espectáculo y rodeados por nuestra audiencia.
Se encogió de hombros.
— Imagino que no esperarán que nos susurremos palabras de amor toda la noche.
Tomé su mano izquierda por encima de la mesa.
— Espero que baste con esto. Disfruta tu cena.
Leo también desvió la mirada hacía el cristal sin responder.
¿Cómo están gente adorable? El dato curioso de hoy es que suelo escribir escuchando música y para novela en particular me gusta poner canciones de Maneskin, una banda de rock italiana que participó en Eurovision y tuvo un par de canciones que se hicieron muy populares en Tiktok hace unos años. En mi mente Leo se parece un poco a Damiano, el vocalista.