Cuando por fin llegué a casa, me tiré sobre la cama y lloré hasta quedarme dormida sin desmaquillarme o cambiarme la ropa.
Unas horas más tarde la canción que usaba como alarma me martilleo la cabeza hasta que me levanté a sacar el celular del bolso que había dejado en el piso a mitad del pasillo para apagarla.
Decir que estaba hecha un desastre sería casi un eufemismo, pero el orgullo o quizá el miedo a dejarme caer al precipicio me obligó a tomar una ducha y beber un café para ir a trabajar a pesar del dolor de cabeza.
No estaba inspirada y apenas tenía capacidad de concentrarme lo suficiente para llevar a cabo las tareas más rutinarias, como ordenar cuentas o responder a los emails.
Estaba agotada, en esas condiciones era muy tentador tomar vacaciones por primera vez años, pero para ser sincera no sabía qué hacer con mi dolor cuando no estaba trabajando como una mula para no pensar en él, así que pasé unas horas sentada en mi escritorio haciendo un esfuerzo sobrehumano para consegui