— Vi a este chico crecer — dijo con una media sonrisa —. Vi cómo su madre lo trataba como un adorno de escaparate y su padre como si fuera un lingote de oro. Aprendió a esconder lo que siente porque, en la casa donde creció, mostrar emoción era una invitación a ser usado.
Francine se encogió un poco.
— Yo solo... no sé cómo lidiar con eso. Me pone nerviosa. Es como si siempre estuviera tres pasos adelante.
— Él es así — completó Denise —. Pero tú eres la única mujer que he visto ponerlo contra las cuerdas. Desde siempre.
— ¿Entonces me vas a ayudar?
Denise respiró hondo y se levantó.
— Lo voy a pensar.
— Denise…
Ella se detuvo en la puerta, se giró y guiñó un ojo:
— Pero por ahora, más te vale pensar qué vas a hacer cuando él lo descubra por su cuenta. Porque, hija mía… ese hombre no se va a rendir.
Denise salió del cuarto de Francine todavía con una sonrisa en el rostro, de esas que solo provocan las buenas intrigas.
Cruzó el pasillo principal con pasos tranquilos, atravesando el sal