Dorian entró en la oficina como un huracán con traje oscuro.
El calor de la ciudad, sumado al sabor amargo de su propio orgullo herido, parecía pegarse a su piel como pegamento.
—Buenas tardes, señor Dorian... —intentó decir la recepcionista, pero él ya había pasado de largo, con pasos duros y expresión de quien está listo para comprar una guerra.
Cassio, al otro lado del vidrio, vio la llegada de su amigo y ya supo que la tarde sería larga.
—Si le preguntas cualquier cosa, muerde —murmuró a la secretaria.
Dorian arrojó la carpeta sobre el escritorio, soltó el saco en la silla y ni siquiera se sentó.
El celular vibró. Miró la pantalla con desdén —otra interrupción más—, pero contestó de todos modos.
—Villeneuve.
La voz al otro lado de la línea era femenina, pulida, experimentada.
—¡Señor Dorian! Qué gusto hablar con usted. Le habla Claudia, gerente de Studio Vega Models. Imagino que estará ocupado, pero quería devolverle la llamada de esta mañana.
Dorian entrecerró los ojos, recordand