Dorian entró en la sala de seguridad y volvió a mirar a Elías.
— La cámara del jardín. ¿Dónde está?
Elías tragó saliva.
— Esa cámara… se averió el día anterior, señor. No pudimos recuperar las grabaciones.
Silencio.
Dorian giró lentamente el anillo en su dedo.
— Qué curioso. Justo la cámara que mostraría de dónde vino.
— Sí, señor. Tuvimos problemas con la humedad. Estamos haciendo mantenimiento en las cámaras exteriores esta semana…
Dorian no respondió.
Abrió la puerta con fuerza y…
Se topó de frente con Francine.
Estaba allí, sosteniendo una bandeja con panecillos de queso y un tarrito de pasta de guayaba, a punto de entregárselos a Elías, que quedó paralizado como un niño sorprendido con el dedo en el frasco de azúcar.
Dorian entrecerró los ojos.
— Empleada de cocina… ¿Aquí, a esta hora?
Francine enderezó la postura.
El corazón le latía en el cuello, pero la boca, como siempre, actuó por cuenta propia:
— Señor, los empleados también comemos.
¡BAM! Tiro directo al ego de él.
Dorian