77• La mujer de mi vida.
Pero lo cierto era que tenía una forma de abrazar tan única, tan cálida, que, aun sin saber quién era, terminé correspondiéndole el abrazo casi por inercia. Había algo familiar en ella, una energía suave, pero a la vez efusiva que me envolvió sin pedirme permiso.
Después de unos minutos, la mujer se fue alejando poco a poco. Cuando por fin pude verla bien de frente, una enorme sonrisa apareció en su rostro, tan genuina y tierna que me hizo sonreír también.
—Dios mío, qué atrevida he sido —murmuró, llevándose una mano al pecho—. Te abracé sin siquiera presentarme.
Miró de reojo a Richard, evidentemente avergonzada. Él se acercó a nosotras con una sonrisa traviesa y respondió:
—Si lo hubieras hecho antes de abrazarla, habría pensado que no eres la verdadera Lana Preece.
Lana abrió demasiado los ojos, como si la hubieran descubierto robando galletas. Se mordió el labio, apretando los hombros en un gesto adorablemente culpable, y respondió:
—Quisiera decir que no es cierto… pero tienes ra