12• La madre de tu hijo...
En un par de segundos estaba a mi lado, los ojos oscuros y abiertos de preocupación, repasándome con la mirada como si buscara alguna señal de daño invisible. Hablaba rápido, lanzando preguntas sin darme tiempo a contestar, y yo me quedé inmóvil, atónita ante el modo en que se veía: genuinamente alterado.
Un calor extraño me recorrió, pero de inmediato me reprendí. No debía confundirme. No era yo. Era el bebé. Su preocupación tenía sentido, era lógico… y, aun así, dolía y confortaba a la vez.
—Solo… solo me torcí el tobillo —expliqué, intentando sonar firme—. Estoy bien.
Él no pareció convencido. Me ayudó a incorporarme, su mano firme en mi brazo, pero en cuanto intenté dar un paso, el dolor me atravesó con tanta violencia que solté un jadeo.
—¡Joder…! —me refugié, sin pensarlo, hundiendo la frente en su pecho.
Su aroma me golpeó de inmediato: amaderado, con un dejo de tabaco. Masculino, fuerte, imposible de ignorar. Sentí su brazo tensarse alrededor de mi espalda.
—Tenemos que llevar