Nuestros ojos se encontraron, y de pronto todo lo demás dejó de importar. No era solo un cruce de miradas cualquiera; había algo que me dejó atrapada ahí, como si mis pensamientos se congelaran. Sentí que el aire se volvía más pesado, y no supe qué hacer con ese silencio que se alargaba demasiado.
Se acercó sin prisa, pero cada movimiento suyo parecía llenar toda la habitación. No podía evitar notar lo diferente que era en persona: nada del frío, calculador y distante que veía en televisión. Aun así, había algo en su presencia que me hacía dudar de mis propios pensamientos, algo que me desconcertaba y me mantenía alerta.
—Voy a… necesitar un poco de ayuda —dije, intentando sonar firme, aunque había una tensión en mi voz que no podía disimular.
Él me miró, arqueando una ceja, y por un instante sentí que leía cada duda que pasaba por mi cabeza.
—Pensé que no querías que te viera desnuda —comentó en un tono bajo, casi un susurro, con ese magnetismo que lo hacía parecer dueño de todo.
Res