Ricardo se dio cuenta de todo.
Ya sabía de dónde había surgido el malentendido, pero ni siquiera tenía la oportunidad de explicarse.
Buscó el número de Andi en su celular y, justo antes de marcar, su dedo se detuvo. No podía volver a actuar sin pensar. Debía pensar bien lo que iba a decir. Justo en ese momento, alguien tocó la puerta de su oficina.
—Adelante.
Su asistente entró con un expediente en la mano.
—Director, este es el informe del chequeo médico de la señorita Teresa.
—¿Tan rápido? —Ricardo se sorprendió. El asistente señaló la hora.
—Director, usted mismo dijo que los informes debían estar listos en un máximo de dos horas. ¿Cómo es que ahora le parece rápido?
Ricardo miró el reloj en la pared. ¿Acaso había pasado dos horas sentado aquí, perdido en sus pensamientos? Tosió un poco para disimular.
—Dámelo. Tomó el documento. No podía dejar que sus empleados se dieran cuenta de que había estado perdiendo el tiempo en horario laboral.
—Pues eso es todo. Puedes salir y c