Solo ella era una perezosa inútil.
Dio media vuelta, volvió a su habitación, se puso un vestido, agarró su bolso y, sin llevar guardaespaldas, salió sola en su carro hacia el salón de belleza.
Ricardo respiró hondo, frustrado, y dejó el teléfono a un lado. Se sentía completamente impotente. Había visto a Marina, sabía que estaba viva y que vivía en Playa Escondida, pero, aun así, no podía acercarse a ella.
¿Qué podía hacer?
Le dolía la cabeza.
El amor es mucho más complicado que cualquier cosa del trabajo.
…¡Andi!
Claro.
Ese día en el restaurante, en el pasillo, Andi estaba con Marina.
Marcó el número de César para pedirle el contacto del niño.
—¿Para qué quieres el número de Andi? —preguntó César, mientras le daba un documento recién firmado a Clara.
Clara, viendo que su jefe estaba ocupado en una llamada, tomó el archivo, asintió respetuosamente y salió de la oficina en silencio.
—Yo solo es que… —Ricardo dudó. Se dio cuenta de que había hecho la llamada muy r