El día comenzó con un cielo despejado y un sol cálido que bañaba los jardines del resort. El aroma de lavanda y sal marina flotaba en el aire mientras los empleados recorrían los pasillos con materiales y herramientas. Alessa, vestida con una blusa ligera color crema y jeans ajustados, se desplazaba por los espacios exteriores con una carpeta bajo el brazo.
—Los vitrales deben quedar instalados antes del viernes —le indicó a un supervisor—. La estructura del ala oeste no puede seguir esperando.
—Lo tendré listo —respondió el hombre, tomando nota rápidamente.
Alessa giró, dispuesta a avanzar hacia la siguiente zona del proyecto, pero una voz grave la detuvo.
—¿Siempre tan mandona a esta hora de la mañana?
Salvatore estaba apoyado contra una columna, con las mangas de su camisa negra remangadas, gafas oscuras colgando del cuello y una leve sonrisa dibujada en los labios.
Ella alzó una ceja.
—Veo que te afeitaste. Ya no pareces un chico de la calle. Por cierto, ¿tú no tienes que supervis