Los días habían comenzado a fluir con una extraña mezcla de rutina y nostalgia en la Mansión Rossi. El luto seguía presente, como una sombra suave que se extendía por los pasillos, pero la vida, implacable y silenciosa, insistía en continuar.
En la empresa, Francesco retomaba su rol con firmeza, aunque sus ojos seguían cargando la ausencia de Leonardo. Vinicio, meticuloso como siempre, analizaba las rutas financieras vinculadas a las propiedades que Rebeca había manejado desde Madrid y Sicilia. Charly y Jacomo se sumaban a la investigación desde otro ángulo, rastreando registros, llamadas y mensajes que Elena y Rebeca habían hecho semanas antes del asesinato. Cada pista se sentía como una hebra enredada que exigía paciencia, temple y sangre fría.
Jacomo, con la laptop abierta sobre la mesa, con varios documentos desparramados y una taza de café frío olvidada junto a un cenicero lleno.
—Según los registros, el número desde donde se envió el mensaje a Leonardo fue desechable —dijo Jacom