El paso de los días en Sicilia, aunque envuelto en trabajo y silencios, no logró mitigar las tormentas que cada uno llevaba dentro. Mientras en esa tierra antigua las vidas trataban de recomponerse, en la mansión, la vida seguía su curso incierto, bajo cielos que prometían tormenta.Aquella mañana, Isabella tomó su bolso con rapidez, mientras ajustaba el suéter diminuto de Marcos en sus pequeños hombros. Sofía, sonriente pero tensa, ya esperaba en la puerta con Carter, que se mantenía alerta como perro viejo que huele la desgracia venir.— ¿Listos? —preguntó Isabella, forzando una sonrisa, por esa sensación que le oprimía el pecho, esa que siempre sentía cuando alguien de la familia estaba en problemas.—recuérdenme llamar a los chicos cuando salgamos del hospital.Sofía asintió, ajustando la correa del portabebés.Carter abrió la puerta del auto con esa discreción que sólo los hombres entrenados para la guerra sabían manejar.Mientras el vehículo surcaba la carretera hacia el hospital
La tarde cayó como una lápida sobre la mansión Rossi. Isabella, en el despacho de Don Marcos, caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado. Su rostro estaba demacrado, su ropa aun manchada de sangre, su alma completamente desgarrada.Chiara intentó acercarse, pero Isabella la apartó con un ademán tembloroso.—No... no me toquen —murmuró con voz rota—. No puedo... no puedo respirar...Se abrazó a sí misma, como si intentara contener el dolor que amenazaba con desbordarla.—¿Dónde estás, mi amor? —sollozaba, como una madre que siente que el mundo le arrebata a su criatura—. ¿Dónde te tienen? ¿Tienes frío? ¿Tienes miedo? ¡Dios mío!Don Marcos se acercó, lento, sus pasos pesados por la tristeza.Puso una mano temblorosa sobre el hombro de Isabella.—Lo vamos a traer de vuelta, te lo juro... —le prometió con voz quebrada.Pero Isabella lo miró, y en su mirada había un dolor tan hondo que parecía imposible de sanar.—¡No me jures nada! —rugió, apartándolo—. ¡Me juraron protegerlo y a
La mansión Rossi-Moretti parecía un mausoleo. El eco del llanto de Isabella todavía flotaba como un lamento entre sus muros.En una de las habitaciones, Chiara, con las manos temblorosas, tomó el teléfono y llamó a Charly. La línea tardó unos segundos en conectarse, y cuando su voz sonó, fue un susurro de angustia.—Charly... —sollozó—. Es... es el bebé. Lo secuestraron y hace un momento lo encontraron... muerto.Chiara termino de contarle todo y un silencio denso cruzó la línea.Charly contuvo el aire en los pulmones, sintiendo cómo una parte de él se quebraba también.—Arreglaré todo, Chiara —respondió con voz firme pero herida—. En la madrugada estaremos de regreso.Al colgar, Charly marcó de inmediato otro número: el de Nick Walton. Cuando Nick contestó, su voz sonaba adormilada, pero al oír las palabras de su amigo, se tensó como una cuerda.—Nick... Isabella te va a necesitar —dijo Charly, sin adornos—. El niño... fue secuestrado u no sobrevivió, Carter esta herido.Un rugido so
La noche cayo, sobre los rostros cansados, Don Marcos se levantó y le ordeno a todos que fueran a descansar, todos asintieron y uno a uno comenzó a retirarse el último en levantarse fue Francesco, en silencio siguió los pasos del abuelo.Cuando pasaron por la puerta principal de la habitación del pequeño, Francesco se detuvo por un momento hizo para girar la manilla pero la mano de Don Marcos se lo impidió. —Déjala, ahora no es el momento, si la presionas solo encontraras su peor versión. Dale tiempo.Francesco asintió, y continuo a la otra habitación, al entrar se dejó caer sobre la cama, como podía pasar de ser un hombre que hace unos días lo tenía todo, que era inmensamente feliz y ahora era un pobre cuerpo sin alma.Pronto llego la mañana, había trascurrido tres días desde el entierro y aun Isabella seguía encerrada en la habitación del pequeño aferrada a ese pequeño oso que tanto le gustaba.En la sala todos estaban reunidos, con las caras largas, todos habían recibido la misma r
Francesco ya se había recuperado por completo. Caminaba con firmeza, su mirada tan letal como sus decisiones. La herida física había sanado, pero lo que ardía dentro de él… eso era otra guerra.Esa noche, el abuelo intentó lo imposible: reunirlos a todos a la mesa, como en los viejos tiempos.Un último intento por recuperar la sombra de la familia que fue.—Esta noche no quiero excusas —había dicho con voz firme—. Todos a cenar.Y lo logró.Alessa, Chiara, Leonardo, Charly, Francesco, Jacomo, Carter y Arthur estaban presentes.Incluso Isabella, aunque su mirada no estaba allí.Ana, la fiel nana, y Franco el mayordomo,supervisaban en silencio desde la distancia, vigilando que todo estuviera en orden, como siempre.Era una cena que parecía sacada de otro tiempo.Los cubiertos sonaban, los platos se llenaban… pero el aire estaba impregnado de tensión contenida.Entonces, el celular de Isabella vibró. La pantalla iluminó su rostro con un nombre que bastaba para encender el fuego: Salvator
El trayecto a la casa fue silencioso, pero no incómodo. Había una paz contenida, casi sagrada, como si cada uno de ellos supiera que ese instante estaba hecho para ser recordado.Al llegar, el sol acariciaba los jardines con ternura. Isabella bajó del coche con el niño en brazos. Nick se quedó parado junto a la puerta del conductor, sin moverse.—Quédate —dijo ella, mirándolo.—Tengo algunas cosas que hacer —respondió él, mirando hacia otro lado.—Almuerza con nosotros, al menos —insistió Isabella.Nick asintió con una sonrisa pequeña.En el jardín, el aire olía a menta y madreselva. Las copas tintineaban, los platos estaban servidos, y por primera vez en mucho tiempo, la risa sonaba natural.Después del almuerzo, se quedaron sentados bajo la sombra de un roble frondoso.Carter miró a Nick, se cruzó de brazos con teatralidad y dijo:—Buen trabajo, novato.Nick se rió y miró a Isabella, que sostenía al niño dormido en su regazo.— ¿Sabes? Por ella, hasta el fin del mundo… aunque su cor
Cinco años después…En Calabria, los negocios prosperaban, las heridas se cubrían con silencios, y la calma era tan engañosa como el mar en invierno. Pero incluso en la aparente paz, el pasado no descansaba... solo esperaba.Una mañana templada, mientras el sol comenzaba a bañar los cimientos del imperio, Rossi-Moretti vibraban con un problema inesperado:—Jefe, tenemos un problema con las firmas del resort —extendió el papel—. Al revisar los documentos de renovación del fideicomiso, el abogado notó algo… Las cuentas no se pueden seguir moviendo.Francesco endureció el rostro.—¿Eso por qué? —respondió viendo a Jacomo y luego al abogado.Jacomo vio al abogado y, encogiéndose de hombros, tomó asiento y dijo:—Suerte.El abogado, un hombre delgado, de traje oscuro y rostro cansado, cerró la carpeta con lentitud y alzó la vista.—Señor Rossi… Para poder mover las cuentas de la constructora, necesitamos la firma de la señora Isabella.Francesco entrecerró los ojos; su voz salió como un cu
El sol de la tarde bañaba los viñedos de Calabria con una luz dorada, mientras la brisa acariciaba las hojas de los olivos y traía consigo el aroma inconfundible de los campos de lavanda. La mansión Rossi-Moretti, imponente y majestuosa, se alzaba en medio del paisaje, con sus muros de piedra reflejando la calidez de un hogar donde el pasado y el futuro volvían a encontrarse.En la entrada principal, la familia se había reunido para dar la bienvenida a Isabella y a los niños. Charly, Alessa, Leonardo, Chiara con el pequeño Mateo de la mano, el abuelo y Jacomo estaban presentes, junto con los empleados de la mansión, todos con sonrisas y ojos brillantes de emoción.El sonido de un automóvil acercándose rompió la calma del ambiente. El motor se detuvo con suavidad frente a la entrada, y de él descendió Isabella, radiante, con una sonrisa que iluminaba su rostro como el sol reflejado en la lavanda. A su lado, Marco bajó con paso seguro, seguido por los mellizos Fiorella y Alessandro, qui