Cinco años después…
En Calabria, los negocios prosperaban, las heridas se cubrían con silencios, y la calma era tan engañosa como el mar en invierno. Pero incluso en la aparente paz, el pasado no descansaba... solo esperaba.
Una mañana templada, mientras el sol comenzaba a bañar los cimientos del imperio, Rossi-Moretti vibraban con un problema inesperado:
—Jefe, tenemos un problema con las firmas del resort —extendió el papel—. Al revisar los documentos de renovación del fideicomiso, el abogado notó algo… Las cuentas no se pueden seguir moviendo.
Francesco endureció el rostro.
—¿Eso por qué? —respondió viendo a Jacomo y luego al abogado.
Jacomo vio al abogado y, encogiéndose de hombros, tomó asiento y dijo:
—Suerte.
El abogado, un hombre delgado, de traje oscuro y rostro cansado, cerró la carpeta con lentitud y alzó la vista.
—Señor Rossi… Para poder mover las cuentas de la constructora, necesitamos la firma de la señora Isabella.
Francesco entrecerró los ojos; su voz salió como un cu