El trayecto a la casa fue silencioso, pero no incómodo. Había una paz contenida, casi sagrada, como si cada uno de ellos supiera que ese instante estaba hecho para ser recordado.Al llegar, el sol acariciaba los jardines con ternura. Isabella bajó del coche con el niño en brazos. Nick se quedó parado junto a la puerta del conductor, sin moverse.—Quédate —dijo ella, mirándolo.—Tengo algunas cosas que hacer —respondió él, mirando hacia otro lado.—Almuerza con nosotros, al menos —insistió Isabella.Nick asintió con una sonrisa pequeña.En el jardín, el aire olía a menta y madreselva. Las copas tintineaban, los platos estaban servidos, y por primera vez en mucho tiempo, la risa sonaba natural.Después del almuerzo, se quedaron sentados bajo la sombra de un roble frondoso.Carter miró a Nick, se cruzó de brazos con teatralidad y dijo:—Buen trabajo, novato.Nick se rió y miró a Isabella, que sostenía al niño dormido en su regazo.— ¿Sabes? Por ella, hasta el fin del mundo… aunque su cor
Cinco años después…En Calabria, los negocios prosperaban, las heridas se cubrían con silencios, y la calma era tan engañosa como el mar en invierno. Pero incluso en la aparente paz, el pasado no descansaba... solo esperaba.Una mañana templada, mientras el sol comenzaba a bañar los cimientos del imperio, Rossi-Moretti vibraban con un problema inesperado:—Jefe, tenemos un problema con las firmas del resort —extendió el papel—. Al revisar los documentos de renovación del fideicomiso, el abogado notó algo… Las cuentas no se pueden seguir moviendo.Francesco endureció el rostro.—¿Eso por qué? —respondió viendo a Jacomo y luego al abogado.Jacomo vio al abogado y, encogiéndose de hombros, tomó asiento y dijo:—Suerte.El abogado, un hombre delgado, de traje oscuro y rostro cansado, cerró la carpeta con lentitud y alzó la vista.—Señor Rossi… Para poder mover las cuentas de la constructora, necesitamos la firma de la señora Isabella.Francesco entrecerró los ojos; su voz salió como un cu
El sol de la tarde bañaba los viñedos de Calabria con una luz dorada, mientras la brisa acariciaba las hojas de los olivos y traía consigo el aroma inconfundible de los campos de lavanda. La mansión Rossi-Moretti, imponente y majestuosa, se alzaba en medio del paisaje, con sus muros de piedra reflejando la calidez de un hogar donde el pasado y el futuro volvían a encontrarse.En la entrada principal, la familia se había reunido para dar la bienvenida a Isabella y a los niños. Charly, Alessa, Leonardo, Chiara con el pequeño Mateo de la mano, el abuelo y Jacomo estaban presentes, junto con los empleados de la mansión, todos con sonrisas y ojos brillantes de emoción.El sonido de un automóvil acercándose rompió la calma del ambiente. El motor se detuvo con suavidad frente a la entrada, y de él descendió Isabella, radiante, con una sonrisa que iluminaba su rostro como el sol reflejado en la lavanda. A su lado, Marco bajó con paso seguro, seguido por los mellizos Fiorella y Alessandro, qui
La mañana se había colado por los ventanales como un susurro cálido. En la mansión, el canto de los gorriones era acompañado por el lejano rumor de las olas rompiendo contra los acantilados. El aroma del pan recién horneado flotaba desde la cocina hasta las habitaciones, donde un nuevo día traía promesas de esperanza.Isabella, con una camiseta blanca arremangada y el cabello recogido en una coleta suelta, sostenía una brocha de pintura entre los dedos. A su lado, Francesco mezclaba colores en una bandeja como si estuviese preparando una obra de arte. Estaban en la habitación de Fiorella, rodeados de latas abiertas, papeles protectores sobre el suelo, y pequeñas huellas de pintura que ya salpicaban la madera.— ¿Estás segura de que a nuestra pequeña ejecutiva le gustará el color lavanda con detalles dorados? —preguntó él con una sonrisa ladeada, mientras agitaba el rodillo.—Ella lo aprobó por videollamada desde el spa —contestó Isabella riendo—. Aunque insistió en que debía tener un
El sol de la mañana caía con suavidad sobre los cristales de la fachada principal de la constructora. El mármol pulido del vestíbulo reflejaba los pasos apresurados de empleados en trajes oscuros, que detenían su andar al ver a Francesco entrar acompañado de Isabella, Leonardo, Alessa… y de una pequeña procesión infantil.Marco iba al frente, con una carpeta en la mano que había tomado prestada como si se tratase de un informe confidencial. Alessandro caminaba algo distraído mirando las enormes pantallas que mostraban gráficas en movimiento. Pero la que capturaba todas las miradas era Fiorella.Vestía un traje Armani rosa con una chaqueta a juego sobre sus pequeños hombros, gafas de sol redondas —que no se quitaba por nada del mundo—, y sostenía una libreta donde anotaba observaciones con un lápiz decorado con plumas. Caminaba con determinación, como si el futuro de la empresa dependiera de su análisis.Jacomo, que los esperaba en la entrada del lobby con un café en la mano, sonrió ap
Los días en la mansión Rossi-Moretti avanzaban con la precisión de un reloj antiguo: entre juntas corporativas, balances financieros, paseos con los niños, cenas familiares y discretas reuniones con los líderes de las viejas familias italianas. Calabria resplandecía bajo la tibia luz del final del verano, y la casa se llenaba de vida con las risas de los niños y el murmullo constante de los adultos que volvían a tejer los hilos de sus destinos.Francesco e Isabella, a pesar de estar rodeados de familia y de compartir cada vez más momentos íntimos y cotidianos, seguían bailando al borde de un abismo de palabras no dichas. Sus miradas se cruzaban como versos en un poema inconcluso, y aunque los corazones de ambos palpitaban con fuerza, ninguno daba el paso definitivo.Una tarde templada, con el aroma de lavanda flotando en el aire y el canto de los grillos mezclándose mientras Francesco e Isabella iban al cine con los niños, Jacomo, Carter, Arthur, Leonardo, Charly y Chiara se reunieron
El resonar de la lluvia golpeaba las ventanas de la mansión Rossi, creaba una sinfonía melancólica que se filtraba por cada rincón. Francesco, con la mirada perdida en el horizonte, recordaba las palabras de su abuelo Don Marco Rossi: «La vida es un laberinto, Francesco, y a veces, nos perdemos en las sombras».Esa noche, las sombras se cerraron aún más. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, interrumpiendo los pensamientos de Francesco. Elena entró en la habitación en compañía de Dimitri, su rostro estaba palidecido y sus ojos parecían perdidos e inundados por el llanto.—Elena, acabo de enterarme, —dijo Francesco con una expresión de tristeza y rabia. —Siento mucho lo de tus padres Elena, trabajaron para el abuelo y siempre fueron leales a la familia, no entiendo como sucedió. ¿Cómo estás?Elena apenas levantó la mirada. —Estoy totalmente sola, Francesco. La noticia fue como un golpe repentino, no sé qué haré sin mis padres, yo ni siquiera termine a la universidad, mi padre
Después de que Roberto y Lorenzo se marcharan a cerrar los negocios que tenían previsto, Elena camino hacia Francesco. —Que sucede Francesco, porque tu padre me amenazo con enviarme al mismísimo infierno, no se suponía que él sería nuestro apoyo. — dijo Elena mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—Cálmate Elena, allí viene el abuelo y no es conveniente que te vea así.— ¿Qué mierdas dices, como que no es conveniente? Vaya hombre que mi padre dejo para cuidar de mí.Francesco, ofendido la sujeto del brazo y la acerco hacia él. — Puedo amarte mucho Elena, pero no permitiré que me hables así; realmente quieres saber lo que sucede con mi padre, pues debes saber que mi padre se niega a esta relación y a que me case contigo; sin embargo, no me alejaré de ti así tenga que enfrentar a mi padre serás mi esposa, solo tengo que encargarme de unas cosas y no habrá nada que nos separe. Ahora ve, salimos en quince minutos para la funeraria.Don Marco se acercó a Francesco y lo miro fijamente a