La noche cayo, sobre los rostros cansados, Don Marcos se levantó y le ordeno a todos que fueran a descansar, todos asintieron y uno a uno comenzó a retirarse el último en levantarse fue Francesco, en silencio siguió los pasos del abuelo.
Cuando pasaron por la puerta principal de la habitación del pequeño, Francesco se detuvo por un momento hizo para girar la manilla pero la mano de Don Marcos se lo impidió. —Déjala, ahora no es el momento, si la presionas solo encontraras su peor versión. Dale tiempo.
Francesco asintió, y continuo a la otra habitación, al entrar se dejó caer sobre la cama, como podía pasar de ser un hombre que hace unos días lo tenía todo, que era inmensamente feliz y ahora era un pobre cuerpo sin alma.
Pronto llego la mañana, había trascurrido tres días desde el entierro y aun Isabella seguía encerrada en la habitación del pequeño aferrada a ese pequeño oso que tanto le gustaba.
En la sala todos estaban reunidos, con las caras largas, todos habían recibido la misma r