La noche envolvía la ciudad en un manto de misterio. Luciana y Alexander se encontraban en el apartamento de ella, rodeados de documentos esparcidos por la mesa. La búsqueda de Isabella Raines los había llevado a un punto crítico, y la tensión entre ellos era palpable.
—No podemos seguir así, Alexander. —Luciana rompió el silencio, su voz cargada de frustración—. Cada pista que encontramos nos lleva a un callejón sin salida.
Alexander, con el ceño fruncido, miraba fijamente un mapa lleno de anotaciones.
—No podemos rendirnos ahora. —respondió con determinación—. Isabella está ahí fuera, y somos los únicos que podemos encontrarla.
Luciana suspiró, dejando caer los hombros. La presión de la investigación y la cercanía constante con Alexander habían despertado sentimientos que intentaba reprimir.
—Necesito un descanso. —dijo, levantándose—. Voy a preparar café.
Mientras se dirigía a la cocina, Alexander la siguió con la mirada, notando el cansancio en sus movimientos. Decidió acompañarla