El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada.
-Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siempre lograba desarmar mi fachada de asistente eficiente. -Lo sé. Ya llegamos- Se detuvo y apagó el motor. Antes de que pudiera preguntar, abrió su puerta y salió. Lo seguí con curiosidad. Caminamos unos pasos y la vista se abrió ante mí, dejándome sin aliento. Caracas entera brillaba bajo la noche estrellada, extendiéndose como un manto de luces titilantes hasta donde alcanzaba la vista. -Wow… - Fue lo único que pude decir. Nunca había visto la ciudad desde esta perspectiva. Era… mágico. Maximiliano estaba de pie a mi lado, observando el panorama con una expresión tranquila. -Vengo aquí a menudo - dijo, con la voz baja, casi como si hablara consigo mismo. - A despejar la mente. Ver las luces… ayuda. Sus palabras resonaron con algo que había percibido en él, esa oscuridad que a veces velaba sus ojos. -Es… increíble - respondí, sintiendo la brisa fresca acariciar mi rostro. - Nunca había venido a un lugar así. -¿En serio? ¿Desde que llegaste a Caracas?- preguntó y yo Asentí. -Desde que llegué de Valencia. Todo era tan… caótico que nunca pensé en buscar lugares como este. Él se giró para mirarme, apoyándose en la barandilla del mirador. Sus ojos brillaban a la luz de la luna. -Te has perdido de mucho. Hay belleza en medio del caos, Clara. Solo hay que saber dónde buscar. Su mirada era intensa, y sentí que esa frase tenía un doble sentido, como si no solo hablara de la ciudad. -Tienes razón- dije- ¿sabes? Sobre el baile de hace un rato… Sus ojos se oscurecieron ligeramente. -Iba a decirte algo, ¿recuerdas? Antes de que Valeria… -Vale - corregí automáticamente, una pequeña sonrisa asomando a mis labios. -Antes de que Vale nos interrumpiera. La pregunta flotaba en el aire, cargada de una expectación palpable. -¿Y bien? ¿Qué era?- pregunté, queriendo más que a nada esa respuesta. Maximiliano suspiró, pasando una mano por su cabello. La luz de la ciudad iluminaba sus facciones, haciéndolo parecer aún más enigmático. -No lo sé… no estoy seguro de poder…- Su vacilación me intrigó aún más. ¿Qué era tan difícil de decir en este lugar mágico, bajo el manto de las estrellas? -Inténtalo - lo animé, acercándome un poco más a él. Sentía mi corazón latir con un ritmo acelerado. Estoy jugando con fué lo sé. Sus ojos se clavaron en los míos, y en esa mirada sentí algo que iba más allá de la cortesía o la formalidad. Era una vulnerabilidad cruda, mezclada con un deseo innegable. -Clara… desde que te conocí… hay algo…- No terminó la frase. No supe que era ese algo que había. En lugar de palabras, dio un paso hacia mí, acortando la distancia que nos separaba. Mi respiración se aceleró. La tensión entre nosotros se había ido acumulando durante está semana, creciendo con cada interacción, cada mirada, cada roce. Sus ojos bajaron a mis labios, y su rostro se inclinó. No era un beso dulce, lleno de ternura. Era una necesidad palpable, un anhelo contenido que finalmente se desbordaba. Sus labios se encontraron con los míos con una intensidad que me hizo jadear. Fue un beso cargado de una pasión latente, de una atracción que habíamos intentado ignorar durante semanas. Sus manos se alzaron para acariciar mis mejillas, su tacto firme pero tembloroso. Mis brazos se enroscaron alrededor de su cuello, atrayéndolo más cerca. El mundo exterior desapareció, dejando solo el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo contra el mío, el sonido de nuestras respiraciones agitadas en la quietud del mirador con la imponente ciudad a nuestros pies. Era un beso que rompía todas las reglas, que desafiaba la cordura. Un beso que sabía a peligro y a una promesa tácita de que nada volvería a ser lo mismo.El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de
La llamada había dejado un poso de incomodidad en el aire. La preocupación en el rostro de Maximiliano al hablar con Sofía, la forma en que había evitado mis ojos al colgar… todo contribuía a que una punzante duda se instalara en mi mente. ¿Acaso me está convirtiendo en "la otra"? ¿Será Sofía a razón detrás de su aparente reticencia a involucrarse emocionalmente? El beso apasionado de hacía unos minutos comenzaba a sentirse ahora como un error, una transgresión impulsiva que quizás solo había significado algo para mí. -¿Podemos irnos, Maximiliano? - dije, tratando de que mi voz sonara casual, aunque por dentro la ansiedad comenzaba a hacer mella. - Se está haciendo tarde. Él me miró, notando el cambio en mi tono. Su ceño se frunció ligeramente, como si intentara descifrar mi repentina distancia. -Claro, Clara. ¿Todo bien? ¿Te incómodé? No negué lo evidente, pero tampoco quería confesar mi creciente paranoia sobre Sofía. -Solo estoy cansada - mentí a medias, evitando su mirada m
El domingo había sido una especie de resaca emocional suave. Me la pasé dando vueltas en la cama, repasando el beso en el mirador, la llamada de Sofía, la confesión de Maximiliano sobre Mateo… Un torbellino de sensaciones y preguntas sin respuesta clara. ¿Significó algo ese beso para el? ¿cambiaría nuestra dinámica en la oficina? ¿qué papel jugaría Sofía en esto? La verdad es que no tenía ni la menor idea. Llegué a la oficina el lunes con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Intenté actuar normal, como si nada hubiera pasado el sábado por la noche, pero cada vez que Maximiliano estaba cerca, sentía una corriente eléctrica sutil en el aire. Nuestras miradas se cruzaban a veces, un instante fugaz cargado de algo indefinible. Él parecía igual de reservado que siempre, aunque notaba una… ¿suavidad? en sus ojos cuando me hablaba. Quizás era solo mi imaginación. La mañana transcurrió entre informes y llamadas, la rutina habitual intentando imponerse al caos interno. Hasta que, cerca de
Los días entre el lunes en la oficina y este jueves rumbo a Margarita habían pasado en una especie de limbo extraño. Maximiliano y yo mantuvimos una formalidad casi exagerada en el trabajo, como si el beso en el mirador y la conversación sobre Sofía nunca hubieran ocurrido. Sin embargo, sentía que había una tensión subyacente, una electricidad silenciosa que vibraba en el aire cada vez que estábamos cerca. Sus miradas a veces se detenían un segundo más de lo necesario, y había una ligera sonrisa en sus labios cuando me daba alguna instrucción. Yo, por mi parte, intentaba descifrar esas señales contradictorias mientras lidiaba con la emoción creciente por este viaje inesperado. Daniela, por supuesto, no había dejado de lanzarme miradas cómplices y preguntas insinuantes, alimentando aún más mi nerviosismo. Ahora estábamos aquí, en un lujoso jet privado rumbo a Margarita. Los asientos de cuero eran increíblemente cómodos y el silencio en la cabina era casi absoluto, solo interrumpido p
Después del almuerzo con los socios mexicanos, la tarde se deslizó entre reuniones y llamadas. El señor Mendoza, afortunadamente, mantuvo un comportamiento más profesional, aunque sus miradas ocasionales hacia mí seguían teniendo un brillo… particular. Maximiliano, por su parte, se mantuvo impecablemente correcto, casi distante, lo que me dejó un poco confundida. ¿El beso en el mirador y esa breve conexión durante el vuelo habían sido solo mi imaginación?Cuando terminamos con la última reunión del día, ya el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos naranja y rosa. Sentía las piernas cansadas pero la cabeza llena de ideas y notas.-Clara, ¿te apetece tomar algo antes de cenar? Hay un bar por aquí cerca que tiene buenas vistas del atardecer. Y puedes bañarte en la playa si quieres. Sería una buena forma de desconectar un poco.La invitación de Maximiliano me tomó por sorpresa. Era la primera vez que me proponía algo así fuera del contexto estrictamente laboral.-Claro, señor Ferrer… Ma
Desperté con el cuerpo adolorido de una manera deliciosamente familiar. La luz que entraba por las cortinas me decía que ya era tardecito. Me giré buscando a Maxi, pero solo encontré sábanas revueltas y el lado de la cama frío. Sentí un poquito de bajón, pero al toque sonreí acordándome de la noche anterior. Había sido… intensa, chico. Desde que entró por la puerta, todo se desató en besos, caricias y gemidos que no les cuento. Recordé sus manos por toda mi piel, sus labios reclamándome por completo. Y él… Maxi parecía que no tenía fin. "Dios, Clara, eres una maravilla." Su voz ronca resonaba en mi mente mientras recordaba cómo me había tomado contra la pared del balcón, la brisa tibia erizando mi piel. Cada beso, cada roce, cada vez que me hacía suya, era con una urgencia y un deseo que me hicieron perder la noción del tiempo. -No pares, Maxi… por favor- Mis jadeos se mezclaban con los suyos mientras sus embestidas se hacían más profundas y salvajes. Me vino a la mente cuando me
El día en Margarita transcurrió con una agenda apretada de llamadas y la crucial reunión con los señores Mendoza y Portillo para cerrar el acuerdo. La atmósfera en la sala era densa, una mezcla de la tensión propia de la negociación y el recuerdo incómodo del almuerzo anterior. Intenté mantenerme enfocada en mi rol, tomando notas precisas y aportando información cuando era necesario, aunque percibía las miradas del señor Mendoza, algunas con una intensidad que me hacía sentir ligeramente intranquila.En un punto álgido de la discusión, mientras analizábamos los detalles de una cláusula específica, el señor Mendoza se dirigió a Maximiliano con una sonrisa que no terminaba de convencer.-Maximiliano, mi buen amigo, quizás podríamos agilizar este punto si tu… digamos… eficiente y bella asistente… nos ofreciera su perspectiva. Una visión femenina siempre puede aportar algo diferente, ¿no crees?- le dijo.Sentí un leve rubor en mis mejillas ante el comentario, que claramente se desviaba de
Mi pregunta flotaba en el aire, buscando una respuesta en la oscuridad del cuarto. El silencio se estiró, súper tenso. Al final, Maxi suspiró suave y movió su mano por mi espalda, deteniéndola justo en mi cintura. -Clara… - empezó bajito, con una voz como triste pero sincera. Creo que no me gustará lo que viene - Por ahora… lo único que puedo ofrecerte son estos momentos. Esta… conexión física que es innegable. Sus palabras no eran lo que esperaba, para nada. Había una honestidad que dolía, pero también como que no quería dar más. Me bajoné un poquito, la verdad. -¿Solo esto? - pregunté, mi voz casi ni se escuchó, tratando de que no se notara lo decepcionada que estaba. Me levanté un poco para poder verle la cara en la oscuridad. Él también se levantó, apoyándose en las almohadas. Se veía serio, casi como si estuviera sufriendo, y por un segundo no me miró. -Clara, tú sabes cómo es mi vida. Mis responsabilidades… todo el rollo… - Su tono mostraba un peso que parecía llevar s