Capítulo 8

El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada.

-Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio.

-No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación.

Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas.

Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares.

-Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa.

Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siempre lograba desarmar mi fachada de asistente eficiente.

-Lo sé. Ya llegamos- Se detuvo y apagó el motor. Antes de que pudiera preguntar, abrió su puerta y salió. Lo seguí con curiosidad. Caminamos unos pasos y la vista se abrió ante mí, dejándome sin aliento. Caracas entera brillaba bajo la noche estrellada, extendiéndose como un manto de luces titilantes hasta donde alcanzaba la vista.

-Wow… - Fue lo único que pude decir. Nunca había visto la ciudad desde esta perspectiva. Era… mágico.

Maximiliano estaba de pie a mi lado, observando el panorama con una expresión tranquila.

-Vengo aquí a menudo - dijo, con la voz baja, casi como si hablara consigo mismo. - A despejar la mente. Ver las luces… ayuda.

Sus palabras resonaron con algo que había percibido en él, esa oscuridad que a veces velaba sus ojos.

-Es… increíble - respondí, sintiendo la brisa fresca acariciar mi rostro. - Nunca había venido a un lugar así.

-¿En serio? ¿Desde que llegaste a Caracas?- preguntó y yo Asentí.

-Desde que llegué de Valencia. Todo era tan… caótico que nunca pensé en buscar lugares como este.

Él se giró para mirarme, apoyándose en la barandilla del mirador. Sus ojos brillaban a la luz de la luna.

-Te has perdido de mucho. Hay belleza en medio del caos, Clara. Solo hay que saber dónde buscar.

Su mirada era intensa, y sentí que esa frase tenía un doble sentido, como si no solo hablara de la ciudad.

-Tienes razón- dije- ¿sabes? Sobre el baile de hace un rato…

Sus ojos se oscurecieron ligeramente.

-Iba a decirte algo, ¿recuerdas? Antes de que Valeria…

-Vale - corregí automáticamente, una pequeña sonrisa asomando a mis labios.

-Antes de que Vale nos interrumpiera.

La pregunta flotaba en el aire, cargada de una expectación palpable.

-¿Y bien? ¿Qué era?- pregunté, queriendo más que a nada esa respuesta.

Maximiliano suspiró, pasando una mano por su cabello. La luz de la ciudad iluminaba sus facciones, haciéndolo parecer aún más enigmático.

-No lo sé… no estoy seguro de poder…- Su vacilación me intrigó aún más. ¿Qué era tan difícil de decir en este lugar mágico, bajo el manto de las estrellas?

-Inténtalo - lo animé, acercándome un poco más a él. Sentía mi corazón latir con un ritmo acelerado. Estoy jugando con fué lo sé.

Sus ojos se clavaron en los míos, y en esa mirada sentí algo que iba más allá de la cortesía o la formalidad. Era una vulnerabilidad cruda, mezclada con un deseo innegable.

-Clara… desde que te conocí… hay algo…- No terminó la frase. No supe que era ese algo que había. En lugar de palabras, dio un paso hacia mí, acortando la distancia que nos separaba. Mi respiración se aceleró. La tensión entre nosotros se había ido acumulando durante está semana, creciendo con cada interacción, cada mirada, cada roce.

Sus ojos bajaron a mis labios, y su rostro se inclinó. No era un beso dulce, lleno de ternura. Era una necesidad palpable, un anhelo contenido que finalmente se desbordaba. Sus labios se encontraron con los míos con una intensidad que me hizo jadear.

Fue un beso cargado de una pasión latente, de una atracción que habíamos intentado ignorar durante semanas. Sus manos se alzaron para acariciar mis mejillas, su tacto firme pero tembloroso. Mis brazos se enroscaron alrededor de su cuello, atrayéndolo más cerca. El mundo exterior desapareció, dejando solo el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo contra el mío, el sonido de nuestras respiraciones agitadas en la quietud del mirador con la imponente ciudad a nuestros pies.

Era un beso que rompía todas las reglas, que desafiaba la cordura. Un beso que sabía a peligro y a una promesa tácita de que nada volvería a ser lo mismo.

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