El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad.
Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad.
Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada.
-Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar.
-¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de