Maximiliano
El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más que oscuridad. Por la noche, la insistente llamada de Andrés, mi amigo desde la universidad, logró sacarme de mi ensimismamiento. -¡Max! ¿Sigues ahí, dándole vueltas al pasado? Necesitas aire fresco. "Euphoria" está a tope, vamos. Un poco de ruido te vendrá bien. Normalmente me habría negado. Pero la idea de intentar silenciar mis demonios en el caos de una discoteca sonaba como una tregua temporal. Llegué a "Euphoria" y el bullicio ensordecedor y las luces estroboscópicas lograron, por un momento, entumecer la punzada de culpa. Pedí un whisky tras otro en la barra, sintiendo las miradas fugaces de algunas mujeres a mi alrededor. Eran miradas curiosas, algunas incluso insinuantes, pero ninguna lograba penetrar la barrera de mi ensimismamiento. Estaban ahí, como un ruido de fondo más en la cacofonía del lugar. Mi mente seguía anclada en el recuerdo de Clara. Y entonces la vi. Clara. Bailando con una soltura y una gracia que nunca había imaginado en la formalidad de la oficina. Su vestido rojo se movía con ella, y la luz de neón la envolvía en un halo vibrante. Se veía hermosa, cómo siempre. De repente, las otras miradas se desvanecieron. Solo ella existía en mi campo de visión. Había una luz en ella, una vitalidad que hacía que mi propia oscuridad se sintiera aún más pesada. Luego apareció un imbécil. Se acercó demasiado, su contacto era irrespetuoso. Una furia fría me recorrió. Era irracional, pero verla incómoda... despertó en mí algo primitivo, un deseo de protegerla que me tomó por sorpresa. Me acerqué, apartándolo con una cortesía forzada que apenas logré mantener. Su alivio fue evidente. Y luego, sus ojos verdes se encontraron con los míos, llenos de sorpresa y una pregunta silenciosa que resonaba con la mía propia. Intercambiamos algunas frases, el volumen de la música dificultando la conversación. Sentí una necesidad impulsiva de estar cerca de ella, de romper la barrera invisible que siempre nos separaba en la oficina. Cuando me preguntó si quería bailar, dudé solo un instante antes de asentir. Quería sentirla cerca, aunque fuera solo por una canción. Bailar con ella fue una tortura dulce. Su cuerpo se movía cerca del mío, y la electricidad que sentí fugazmente en "Le Gourmet" se intensificó, amenazando con quemar mis defensas. Su mano en mi hombro, la mía en su cintura... era una intimidad prohibida, un recordatorio de lo que no podía tener. Las otras mujeres en la disco, con sus miradas superficiales, palidecían en comparación con la intensidad de la conexión que sentía, aunque fuera breve, con Clara. Cuando su amiga, Valeria, interrumpió el momento, la tensión se rompió, pero la necesidad de no dejarla ir persistía. Salí de la disco y esperé cerca de la entrada, observando cómo la gente se dispersaba en la noche. No tardó mucho en aparecer con Valeria. -Clara- le dije. Se giró, con los ojos aún brillantes por el baile y la sorpresa de verme allí. -Señor Ferrer… ¿todo bien?- me preguntó sorprendida. -Sí. Solo… quería saber si necesitaba que la llevara a casa. Es tarde. Mi tono era distante, tratando de enmascarar el torbellino de emociones que Clara despertaba en mí. Quería pasar más tiempo con ella, aunque fuera en el silencio incómodo de un coche. Quería entender esta creciente obsesión, esta peligrosa atracción que amenazaba con derribar los muros que tanto me había costado construir alrededor de mi corazón roto. Clara me miró por un momento, con una expresión indescifrable. Luego asintió lentamente. -Sí, gracias. Eso es… amable de su parte. Se despidió de su amiga con un abrazo rápido y caminó hacia mi coche. Mientras la esperaba, le abrí la puerta del copiloto y la vi sentarse. La luz de la calle iluminaba su perfil, y por un instante, la vi no como mi asistente, sino como una mujer que, a pesar de todo mi empeño en negarlo, empezaba a significar algo más.El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada. -Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siem
El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de
La llamada había dejado un poso de incomodidad en el aire. La preocupación en el rostro de Maximiliano al hablar con Sofía, la forma en que había evitado mis ojos al colgar… todo contribuía a que una punzante duda se instalara en mi mente. ¿Acaso me está convirtiendo en "la otra"? ¿Será Sofía a razón detrás de su aparente reticencia a involucrarse emocionalmente? El beso apasionado de hacía unos minutos comenzaba a sentirse ahora como un error, una transgresión impulsiva que quizás solo había significado algo para mí. -¿Podemos irnos, Maximiliano? - dije, tratando de que mi voz sonara casual, aunque por dentro la ansiedad comenzaba a hacer mella. - Se está haciendo tarde. Él me miró, notando el cambio en mi tono. Su ceño se frunció ligeramente, como si intentara descifrar mi repentina distancia. -Claro, Clara. ¿Todo bien? ¿Te incómodé? No negué lo evidente, pero tampoco quería confesar mi creciente paranoia sobre Sofía. -Solo estoy cansada - mentí a medias, evitando su mirada m
El domingo había sido una especie de resaca emocional suave. Me la pasé dando vueltas en la cama, repasando el beso en el mirador, la llamada de Sofía, la confesión de Maximiliano sobre Mateo… Un torbellino de sensaciones y preguntas sin respuesta clara. ¿Significó algo ese beso para el? ¿cambiaría nuestra dinámica en la oficina? ¿qué papel jugaría Sofía en esto? La verdad es que no tenía ni la menor idea. Llegué a la oficina el lunes con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Intenté actuar normal, como si nada hubiera pasado el sábado por la noche, pero cada vez que Maximiliano estaba cerca, sentía una corriente eléctrica sutil en el aire. Nuestras miradas se cruzaban a veces, un instante fugaz cargado de algo indefinible. Él parecía igual de reservado que siempre, aunque notaba una… ¿suavidad? en sus ojos cuando me hablaba. Quizás era solo mi imaginación. La mañana transcurrió entre informes y llamadas, la rutina habitual intentando imponerse al caos interno. Hasta que, cerca de
Los días entre el lunes en la oficina y este jueves rumbo a Margarita habían pasado en una especie de limbo extraño. Maximiliano y yo mantuvimos una formalidad casi exagerada en el trabajo, como si el beso en el mirador y la conversación sobre Sofía nunca hubieran ocurrido. Sin embargo, sentía que había una tensión subyacente, una electricidad silenciosa que vibraba en el aire cada vez que estábamos cerca. Sus miradas a veces se detenían un segundo más de lo necesario, y había una ligera sonrisa en sus labios cuando me daba alguna instrucción. Yo, por mi parte, intentaba descifrar esas señales contradictorias mientras lidiaba con la emoción creciente por este viaje inesperado. Daniela, por supuesto, no había dejado de lanzarme miradas cómplices y preguntas insinuantes, alimentando aún más mi nerviosismo. Ahora estábamos aquí, en un lujoso jet privado rumbo a Margarita. Los asientos de cuero eran increíblemente cómodos y el silencio en la cabina era casi absoluto, solo interrumpido p
Después del almuerzo con los socios mexicanos, la tarde se deslizó entre reuniones y llamadas. El señor Mendoza, afortunadamente, mantuvo un comportamiento más profesional, aunque sus miradas ocasionales hacia mí seguían teniendo un brillo… particular. Maximiliano, por su parte, se mantuvo impecablemente correcto, casi distante, lo que me dejó un poco confundida. ¿El beso en el mirador y esa breve conexión durante el vuelo habían sido solo mi imaginación?Cuando terminamos con la última reunión del día, ya el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos naranja y rosa. Sentía las piernas cansadas pero la cabeza llena de ideas y notas.-Clara, ¿te apetece tomar algo antes de cenar? Hay un bar por aquí cerca que tiene buenas vistas del atardecer. Y puedes bañarte en la playa si quieres. Sería una buena forma de desconectar un poco.La invitación de Maximiliano me tomó por sorpresa. Era la primera vez que me proponía algo así fuera del contexto estrictamente laboral.-Claro, señor Ferrer… Ma
Desperté con el cuerpo adolorido de una manera deliciosamente familiar. La luz que entraba por las cortinas me decía que ya era tardecito. Me giré buscando a Maxi, pero solo encontré sábanas revueltas y el lado de la cama frío. Sentí un poquito de bajón, pero al toque sonreí acordándome de la noche anterior. Había sido… intensa, chico. Desde que entró por la puerta, todo se desató en besos, caricias y gemidos que no les cuento. Recordé sus manos por toda mi piel, sus labios reclamándome por completo. Y él… Maxi parecía que no tenía fin. "Dios, Clara, eres una maravilla." Su voz ronca resonaba en mi mente mientras recordaba cómo me había tomado contra la pared del balcón, la brisa tibia erizando mi piel. Cada beso, cada roce, cada vez que me hacía suya, era con una urgencia y un deseo que me hicieron perder la noción del tiempo. -No pares, Maxi… por favor- Mis jadeos se mezclaban con los suyos mientras sus embestidas se hacían más profundas y salvajes. Me vino a la mente cuando me
El día en Margarita transcurrió con una agenda apretada de llamadas y la crucial reunión con los señores Mendoza y Portillo para cerrar el acuerdo. La atmósfera en la sala era densa, una mezcla de la tensión propia de la negociación y el recuerdo incómodo del almuerzo anterior. Intenté mantenerme enfocada en mi rol, tomando notas precisas y aportando información cuando era necesario, aunque percibía las miradas del señor Mendoza, algunas con una intensidad que me hacía sentir ligeramente intranquila.En un punto álgido de la discusión, mientras analizábamos los detalles de una cláusula específica, el señor Mendoza se dirigió a Maximiliano con una sonrisa que no terminaba de convencer.-Maximiliano, mi buen amigo, quizás podríamos agilizar este punto si tu… digamos… eficiente y bella asistente… nos ofreciera su perspectiva. Una visión femenina siempre puede aportar algo diferente, ¿no crees?- le dijo.Sentí un leve rubor en mis mejillas ante el comentario, que claramente se desviaba de