Capítulo 7

Maximiliano

El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso?

Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más que oscuridad.

Por la noche, la insistente llamada de Andrés, mi amigo desde la universidad, logró sacarme de mi ensimismamiento.

-¡Max! ¿Sigues ahí, dándole vueltas al pasado? Necesitas aire fresco. "Euphoria" está a tope, vamos. Un poco de ruido te vendrá bien.

Normalmente me habría negado. Pero la idea de intentar silenciar mis demonios en el caos de una discoteca sonaba como una tregua temporal.

Llegué a "Euphoria" y el bullicio ensordecedor y las luces estroboscópicas lograron, por un momento, entumecer la punzada de culpa. Pedí un whisky tras otro en la barra, sintiendo las miradas fugaces de algunas mujeres a mi alrededor. Eran miradas curiosas, algunas incluso insinuantes, pero ninguna lograba penetrar la barrera de mi ensimismamiento. Estaban ahí, como un ruido de fondo más en la cacofonía del lugar. Mi mente seguía anclada en el recuerdo de Clara.

Y entonces la vi.

Clara. Bailando con una soltura y una gracia que nunca había imaginado en la formalidad de la oficina. Su vestido rojo se movía con ella, y la luz de neón la envolvía en un halo vibrante. Se veía hermosa, cómo siempre. De repente, las otras miradas se desvanecieron. Solo ella existía en mi campo de visión. Había una luz en ella, una vitalidad que hacía que mi propia oscuridad se sintiera aún más pesada.

Luego apareció un imbécil. Se acercó demasiado, su contacto era irrespetuoso. Una furia fría me recorrió. Era irracional, pero verla incómoda... despertó en mí algo primitivo, un deseo de protegerla que me tomó por sorpresa.

Me acerqué, apartándolo con una cortesía forzada que apenas logré mantener. Su alivio fue evidente. Y luego, sus ojos verdes se encontraron con los míos, llenos de sorpresa y una pregunta silenciosa que resonaba con la mía propia.

Intercambiamos algunas frases, el volumen de la música dificultando la conversación.

Sentí una necesidad impulsiva de estar cerca de ella, de romper la barrera invisible que siempre nos separaba en la oficina. Cuando me preguntó si quería bailar, dudé solo un instante antes de asentir. Quería sentirla cerca, aunque fuera solo por una canción.

Bailar con ella fue una tortura dulce. Su cuerpo se movía cerca del mío, y la electricidad que sentí fugazmente en "Le Gourmet" se intensificó, amenazando con quemar mis defensas. Su mano en mi hombro, la mía en su cintura... era una intimidad prohibida, un recordatorio de lo que no podía tener. Las otras mujeres en la disco, con sus miradas superficiales, palidecían en comparación con la intensidad de la conexión que sentía, aunque fuera breve, con Clara.

Cuando su amiga, Valeria, interrumpió el momento, la tensión se rompió, pero la necesidad de no dejarla ir persistía. Salí de la disco y esperé cerca de la entrada, observando cómo la gente se dispersaba en la noche. No tardó mucho en aparecer con Valeria.

-Clara- le dije.

Se giró, con los ojos aún brillantes por el baile y la sorpresa de verme allí.

-Señor Ferrer… ¿todo bien?- me preguntó sorprendida.

-Sí. Solo… quería saber si necesitaba que la llevara a casa. Es tarde.

Mi tono era distante, tratando de enmascarar el torbellino de emociones que Clara despertaba en mí. Quería pasar más tiempo con ella, aunque fuera en el silencio incómodo de un coche. Quería entender esta creciente obsesión, esta peligrosa atracción que amenazaba con derribar los muros que tanto me había costado construir alrededor de mi corazón roto.

Clara me miró por un momento, con una expresión indescifrable. Luego asintió lentamente.

-Sí, gracias. Eso es… amable de su parte.

Se despidió de su amiga con un abrazo rápido y caminó hacia mi coche. Mientras la esperaba, le abrí la puerta del copiloto y la vi sentarse. La luz de la calle iluminaba su perfil, y por un instante, la vi no como mi asistente, sino como una mujer que, a pesar de todo mi empeño en negarlo, empezaba a significar algo más.

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