Maximiliano
La hora de la cena pasó y Clara no llegaba. Un presentimiento helado comenzó a atenazar mi pecho. La llamé una y otra vez, pero su teléfono solo enviaba al buzón de voz. No era propio de ella. Siempre me avisaba si se retrasaba.
La preocupación se convirtió en pánico cuando Marcos me llamó, su voz tensa.
—Señor Ferrer, la señora Vargas no ha llegado a su apartamento. Tampoco la hemos visto en los alrededores.
Mi corazón se desbocó. Revisé nuestros mensajes, buscando alguna señal, algo que indicara un cambio de planes. Nada. Con una punzada de angustia, marqué al trabajo de Clara. Elena respondió, su voz preocupada.
—Maximiliano, ¿has sabido algo de Clara? Salió a su hora, pero no contesta su teléfono. Estaba un poco rara hoy, pálida... dijo que le dolía la cabeza.
Rara. Pálida. El miedo se solidificó en mi estómago. Algo no estaba bien. Salí de mi apartamento como un rayo, conduciendo a toda velocidad hacia su edificio.
Mientras estacionaba, llamé a Marcos de nuevo.
—R