El silencio en el pequeño salón privado era denso, casi podía tocarlo con mis manos, después de que Elena cerrara la puerta con un clic firme.
Los tres nos quedamos de pie por un instante, como figuras inmóviles en un cuadro sombrío. La opulencia del hotel parecía desvanecerse en este espacio más íntimo, dejando al descubierto la incomodidad y la tensión que nos rodeaban.Elena fue la primera en romper el silencio, y para mi sorpresa, su rostro se iluminó con una sonrisa, acercándose a mí con los brazos abiertos.—¡Clara, querida! —exclamó, abrazándome con una calidez inesperada—. ¡Qué alegría verte! Estaba tan preocupada cuando desapareciste de Caracas. No sabíamos nada de ti, ni qué había pasado contigo.Me quedé un poco aturdida por su efusividad. No esperaba esta reacción después de la frialdad de su mirada en el salón principal. Le devolví el abrazo con cautela.—Elena... muchas gracias. Estoy bien— apenas p