Respiré hondo antes de que mis nudillos golpearan la puerta de caoba. ¿En serio estaba a punto de convertirme en la asistente personal de un tipo que parecía sacado de una revista de negocios? Mi yo de hace una semana, la que se preocupaba por si llegaba a tiempo a las clases en la Central y por encontrar estacionamiento para el carro viejo de mi mamá, no se reconocería en esta situación surrealista. Entiéndeme, obviamente estudié para salir adelante y convertirme en una mujer exitosa, pero jamás me imaginé que se me presentaría está oportunidad al apenas graduarme.
La voz grave al otro lado de la puerta me hizo enderezar los hombros. -Adelante- Dijo Maximiliano. Abrí la puerta con cuidado y entré. Maximiliano estaba sentado detrás de su escritorio, revisando unos papeles con una concentración que parecía impenetrable. Llevaba un traje impecable, de esos que gritan "soy rico y lo sé", y su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás de una forma que lo hacía ver aún más… intenso. Levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. Esa misma punzada del día anterior apareció de nuevo, solo que ahora venía acompañada de una dosis extra de nerviosismo. -Señorita Vargas, tome asiento, por favor. - Su tono era formal, sin rastro de la chispa que creí haber visto ayer. Quizás mi imaginación me hizo una mala jugada. Me senté en la silla de cuero frente a su escritorio, sintiendo que mis manos sudaban un poco. Intenté poner mi mejor cara, una de "soy profesional y puedo con esto y más". -Buenos días, señor Ferrer- Dije, tratando de que mi voz no sonara temblorosa. -Buenos días. He revisado su currículum - Dejó los papeles a un lado y me miró fijamente. Sentí como si tuviera frente a mi el escáner más actualizado, pasando sus luces infrarrojo sobre mi, de arriba a abajo . - Su experiencia… es limitada. Solté un suspiro interno. Ya lo sabía, gracias. No necesitaba que me lo recordara el CEO más exitoso del País. -Esroy recién graduada, señor Ferrer. Pero estoy dispuesta a aprender y créame que soy muy trabajadora. - Traté de sonar más segura de mí misma en lugar de que sonara como una súplica. Él arqueó una ceja, un gesto que lo hacía parecer aún más inaccesible. -Ya veremos eso. Su primera tarea será organizar mi agenda para la semana próxima. La señorita Rodríguez le enviará los detalles. Quiero todo confirmado antes del mediodía. ¿Entendido? -Sí señor Ferrer. Entendido. - Respondí rápidamente. -Bien- bajo la vista a unos papeles encima de su escritorio y continuó diciendo- también deberá encargarse de coordinar mi viaje a Margarita el jueves próximo. Necesito que reserve un vuelo privado y el hotel. Quiero una suite con vista al mar. ¡¿Vuelo privado?! Mi cerebro hizo un pequeño corto circuito. En mi vida había volado en un avión comercial, mucho menos imaginaba tener que reservar uno privado. -¿Vuelo… privado? - Pregunté, tratando de disimular mi sorpresa. El levantó la mirada nuevamente. -¿Algún problema con eso, señorita Vargas? - Su tono era ligeramente impaciente. -No señor Ferrer, ninguno. Me encargaré de inmediato. - Dije, aunque por dentro estaba rezando para que en G****e o YouTube hubiera un tutorial sobre "cómo reservar un jet privado para tontos". Se reclinó en su silla, observándome. Sentí que cada uno de mis movimientos estaba bajo la lupa. -La puntualidad es crucial, señorita Vargas. Y la discreción aún más. Trabajo con información confidencial. Espero que entienda la importancia de eso. -Por supuesto señor Ferrer. La confidencialidad es lo primero- Aseguré con firmeza. Hubo un silencio incómodo antes de que volviera a hablar. -Puede retirarse. La señorita Rodríguez le mostrará su escritorio y le dará las instrucciones iniciales. Espero buenos resultados. Me levanté rápidamente, sintiendo un alivio inmenso al saber que podía salir de esa oficina por un momento. -Con permiso, señor Ferrer. - Dije antes de girarme y casi tropezar con mis propios pies. Salí de la oficina y me encontré de nuevo con la Barbie humana, cuyo nombre ahora sabía que era Daniela Rodríguez. Me dedicó una sonrisa amable, que contrastaba con la frialdad de su jefe. -Bienvenida oficialmente al caos, Clara. Sígueme, te mostraré tu espacio- Dijo Daniela con un tono divertido. Mientras la seguía por un pasillo lleno de puertas cerradas, no pude evitar preguntarle: -Daniela, ¿el señor Ferrer… siempre es así?- Ella soltó una pequeña risa. -Digamos que Maximiliano tiene una… personalidad intensa. Pero no te asustes. Debajo de esa capa de CEO implacable, creo que hay un ser humano. A veces. - dijo y me guiñó un ojo. - Solo necesitas descifrar el código- hizo una pequeña pausa hasta que agregó- Y mucha paciencia. Llegamos a un pequeño escritorio ubicado justo afuera de la oficina de Maximiliano. Tenía una computadora, un teléfono y una pila de papeles que ya me estaban dando dolor de cabeza. -Este será tu centro de operaciones- dijo señalando mi centro de opera… digo el escritorio- Cualquier cosa que necesites, no dudes en preguntar. Y sí, lo del vuelo privado es real. Te recomiendo buscar agencias especializadas. - Daniela me dio una palmada en el hombro. - ¡Suerte! La vas a necesitar. Me senté en la silla, sintiéndome un poco abrumada pero también extrañamente emocionada. Este era mi nuevo mundo. El mundo de Maximiliano Ferrer. Y de alguna manera, presentía que mi vida en Caracas acababa de volverse mucho más interesante. Estuve un par de horas organizando la agenda de Maximiliano, que parecía más complicada que resolver un cubo Rubik en su versión penrose. Tenía reuniones con gente cuyos nombres jamás había oído, llamadas internacionales a horas extrañas y un evento benéfico al que debía asistir el sábado por la noche. Luego empecé a investigar lo del vuelo privado a Margarita. Daniela tenía razón, existían agencias especializadas que parecían sacadas de una película de James Bond. Justo cuando creía que empezaba a entender el ritmo de este nuevo trabajo, la puerta de la oficina de Maximiliano se abrió de golpe. Él salió con el ceño fruncido, hablando por su teléfono con un tono que no había escuchado antes, cargado de una furia contenida. -¡No me importa lo que cueste! Quiero que lo solucionen ahora. Es inadmisible esta clase de… - Se interrumpió al verme, pero la tensión en su rostro era palpable- Señorita Vargas, necesito que cancele todas mis reuniones de la tarde. Y prepare un coche. Saldremos en quince minutos. -¿A dónde, señor Ferrer? - Pregunté, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Su nivel de alteración era alarmante. Él cortó la llamada bruscamente y me miró con una intensidad que me hizo tragar saliva. -Hubo un… problema- titubeó -Y tengo que solucionarlo personalmente. Vístase de forma presentable. Saldremos juntos. ¿Juntos? ¿A dónde íbamos? ¿Qué clase de "problema" requería la presencia de su recién contratada asistente? Mi mente empezó a divagar, imaginando escenarios dignos de una telenovela. ¿Un negocio fallido? ¿Un rival intentando sabotearlo? ¿Quizás…? En ese momento, su teléfono volvió a sonar. Lo contestó con un gruñido. -¿Sí? … ¿Está segura? … Entiendo. Espérenme allí. - Colgó y su mirada se endureció aún más- Señorita Vargas, parece que nuestro día acaba de volverse mucho más complicado. Y personal. Sin darme más explicaciones, se dirigió a su escritorio, tomó un abrigo oscuro y salió de la oficina a grandes zancadas. Daniela me miró con los ojos muy abiertos. -¿Qué demonios acaba de pasar? - Preguntó en un susurro. -No tengo idea. Pero parece que voy a averiguarlo- Dije levantándome con el corazón latiéndome a mil por hora. Salí de la oficina tras Maximiliano, sintiendo una mezcla de miedo e intriga. Mientras bajábamos en el ascensor en completo silencio, su perfil tenso y su mandíbula apretada no presagiaban nada bueno. Al llegar al estacionamiento subterráneo, un chofer nos esperaba junto a un elegante carro negro. Maximiliano abrió la puerta trasera con un gesto impaciente y señaló adentro del carro mientras me decía -Suba, señorita Vargas. Tenemos un lugar al que ir. Me subí al coche, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. No tenía ni idea de lo que nos esperaba, pero una cosa era segura: mi primer día de trabajo como asistente de Maximiliano Ferrer estaba lejos de ser ordinario. Y, la razón de su urgencia, la vi cuando llegamos a nuestro destino. No era una oficina, ni un banco, ni ningún lugar que hubiera imaginado. Era una clínica. Y en la puerta, esperando con lágrimas en los ojos, estaba una joven que se abalanzó sobre Maximiliano en cuanto lo vio, gritando un nombre que no alcancé a escuchar pero que resonó con un dolor desgarrador.El grito de la chica me taladró los oídos. Se lanzó a los brazos de Maximiliano como si se le fuera la vida en ello, aferrándose con una desesperación que me dio cosita. -¡Maxi! ¡Mi bebé! ¡Tienes que hacer algo, por favor! - Su voz sonaba entrecortada, como si fuera a romperse en cualquier momento, y su cara, aunque joven, reflejaba una angustia terrible. Maximiliano la abrazó medio raro, como si no estuviera acostumbrado a ese tipo de contacto. Su cara de seriedad habitual se suavizó un poco, mostrando que de verdad estaba preocupado. -Tranquila, Sofía. Ya estoy aquí. ¿Qué pasó exactamente? - Su tono, aunque firme, tenía un algo suave que nunca le había escuchado. Sofía se separó un poco, con los ojos hinchados de tanto llorar y la cara llena de lágrimas. Me echó una miradita asqueada como diciendo "¿y esta quién es?". -Tuvieron complicaciones en el parto… Dicen que… que está súper delicado. - Se le quebró la voz otra vez. ¿Parto? ¿Bebé? ¿Maximiliano Ferrer… papá? ¡No puede ser
La imagen de Maximiliano arrodillado junto a Sofía y el bebé se me quedó grabada mientras salíamos de la clínica. Su rostro, por un instante, había perdido esa máscara de CEO intocable, mostrando una vulnerabilidad que me sorprendió. De vuelta en el carro, el silencio era espeso. Maximiliano parecía absorto en sus pensamientos, mirando fijamente por la ventana la noche oscura de Caracas. Yo, por mi parte, repasaba en mi cabeza todo el torbellino de mi primer día. ¡Vaya debut! De asistente recién graduada a testigo de un drama familiar de alto calibre en cuestión de horas. El chofer me dejó cerca de mi edificio. Agradecí en silencio no vivir en una de esas torres de cristal relucientes donde trabajaba. Mi edificio era más… normal. Un bloque de apartamentos de ladrillo visto, con luces cálidas en las ventanas y el murmullo familiar de la vida cotidiana. Subí las escaleras con el cansancio pegándose a mis huesos. Al llegar a mi puerta, saqué las llaves. Mi apartamento era mi santuario
Desperté con una sensación extraña, una mezcla de familiaridad tibia y una ligera… desconexión. Gabriel dormía a mi lado, con un brazo perezoso rodeándome la cintura. Lo observé en silencio por un instante. Sí, seguía siendo atractivo, con ese aire despreocupado que siempre me había atraído. Pero la chispa, esa electricidad que nos había unido al principio, parecía haberse desvanecido en algún punto del camino. Nuestra noche juntos había sido más un gesto de costumbre que un anhelo real.Me levanté con cuidado para no despertarlo y me preparé para ir a trabajar. Mientras me vestía, reflexionaba sobre esa dinámica con Gabriel. Tal vez era hora de aceptar que esa etapa había terminado de verdad.Al llegar a la torre de oficinas, noté una atmósfera ligeramente diferente. Maximiliano parecía aún más metido en sus rollos de lo habitual. No hizo ningún comentario sobre el día anterior, pero sentí mucha distancia, como si una cortina invisible se hubiera puesto entre nosotros después de ese
El vestido negro del fondo del armario resultó ser mi comodín de la noche. Chicas de todo el mundo, el vestido negro, nunca falla, sencillito pero con su toque elegante, y lo suficientemente cómodo para no sentirme disfrazada entre gente importante. Cuando el carrazo negro de Maximiliano me recogió, me sentí un poco como una espía en una película, lista para descifrar códigos y tomar notas mentales. Al llegar a "Le Gourmet", el ambiente era sofisticado pero relajado, justo como el jefe había pedido. Nos recibieron con reverencias y nos guiaron a una mesa discreta, perfecta para cuchichear sin que nadie oyera. Los dos CEOs extranjeros eran tipos interesantes. El francés, Monsieur Dubois, era un señor como de sesenta, con el pelo blanco peinado hacia atrás con mucha clase, cara flaca y unos ojos azules que te miraban con inteligencia. Vestía un traje impecable y olía a perfume caro, como a madera dulce, era mayor pero muy apuesto debo decir. Mr. Harrison, por su parte era más joven, ro
Llevaba todo el día con el recuerdo del casi beso del día anterior clavado en la mente. Era sábado uno de mis días libres y una y otra vez me imaginaba el tacto de sus labios, recordaba la intensidad de su mirada en la oficina vacía. Necesitaba desesperadamente sacudirme esa sensación, drenar la confusión y la extraña excitación antes de que mi cabeza explotara. Así que llamé a mi amiga Valeria. -¡Vale, amiga! ¿Estás libre para una noche de chicas? Necesito bailar hasta que se me olvide mi nombre… y quizás un par de caras- dije queriendo olvidar lo que pasó luego de la cena. -¡Obvio, Clari! Pero ¿Qué te picó? ¿El príncipe azul resultó ser un sapo con corbata? - Su tono era pura curiosidad juguetona. -Algo así… digamos que el ambiente laboral se puso un poquito… no, demasiado personal. Necesito un respiro urgente. Quedamos en "Euphoria", una disco de esas con luces de neón que te hacen sentir que estás dentro de un videojuego ochentero. Es una de las más exclusivas de la ciudad
Maximiliano El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más
El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada. -Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siem
El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de