Después de la conversación fría y distante con Maximiliano al amanecer, regresé a mi propia habitación con una sensación de vacío instalándose en el pecho. El silencio de mi cuarto contrastaba con el eco de los susurros y los jadeos de la noche anterior en su cama. No logré dormir mucho más, dando vueltas en la cama con la mente llena de preguntas sin respuesta y una creciente sensación de confusión.
La vuelta a Caracas en el jet privado fue un reflejo de esa tensión interna. Un silencio incómodo nos envolvió, muy diferente a la anticipación del viaje de ida. Al llegar a la oficina, la rutina nos absorbió de inmediato, pero para mí, nada se sentía igual.
Daniela, con su radar de chismes siempre activo, no tardó en notar mi aire ausente.
-¡Ay, Clara! ¿Y esa cara de misterio? ¿Qué pasó en esa isla paradisíaca? ¿Te bronceaste mucho? ¿O hubo algo más que sol y arena?
Intentaba evadir sus insinuaciones con respuestas vagas y sonrisas forzadas. No era solo discreción lo que me impedía conta