Después de la conversación fría y distante con Maximiliano al amanecer, regresé a mi propia habitación con una sensación de vacío instalándose en el pecho. El silencio de mi cuarto contrastaba con el eco de los susurros y los jadeos de la noche anterior en su cama. No logré dormir mucho más, dando vueltas en la cama con la mente llena de preguntas sin respuesta y una creciente sensación de confusión.La vuelta a Caracas en el jet privado fue un reflejo de esa tensión interna. Un silencio incómodo nos envolvió, muy diferente a la anticipación del viaje de ida. Al llegar a la oficina, la rutina nos absorbió de inmediato, pero para mí, nada se sentía igual.Daniela, con su radar de chismes siempre activo, no tardó en notar mi aire ausente.-¡Ay, Clara! ¿Y esa cara de misterio? ¿Qué pasó en esa isla paradisíaca? ¿Te bronceaste mucho? ¿O hubo algo más que sol y arena?Intentaba evadir sus insinuaciones con respuestas vagas y sonrisas forzadas. No era solo discreción lo que me impedía conta
-¿Me extraña? - solté, con una mezcla de no creérmelo y rabia. - ¿En serio, señor Ferrer? ¡Toda la semana pasándome por el lado como si fuera un mueble! Apenas me hablaba, y cuando lo hacía era con un "Clara, el informe" que estaba más frío que el mar caribe por la noche. ¿Y ahora vienes aquí con esa?Mi voz temblaba un poquito, entre la frustración y esa cosa rara que me quedó después de Margarita. Él se quedó callado un rato, con esa cara seria bajo la luz amarillenta del pasillo, que hacía sus sombras aún más pronunciadas.-Clara… sé que en la oficina no he estado… bien. Pero es que es complicado. No quiero mezclar…-¡Ya lo mezclaste! - lo corté o le grité sin poder aguantarme. - ¡En la isla lo mezclaste! Y después volvimos y pusiste una pared gigante. ¿Y ahora qué? ¿Qué rayos quieres?Maximiliano suspiró, el sonido llenó el pequeño espacio del rellano. Se pasó una mano por el pelo, despeinándolo aún más.-Quie
La oficina se había convertido en un campo minado de formalidades tensas. Maximiliano y yo nos movíamos con la cautela de extraños obligados a compartir el mismo espacio, cumpliendo al pie de la letra las reglas que habíamos establecido en mi apartamento. Maximiliano había estado viniendo a mi apartamento varias noches seguidas y se iba al terminar, no voy a decir que no me dolía nada, quizá un poco, pero yo misma lo acepte y puse las reglas, y Dios mío, la verdad es que no quería que esto parara. Unos días después de nuestro "acuerdo", Daniela me avisó por el intercomunicador: -Señor Ferrer, la señora Valera está en recepción. Dice que tiene una cita.Valera. El nombre resonó en mi cabeza, trayendo la imagen de la mujer demacrada y con los ojos hinchados que conocí en la clínica. Sofía. La esposa de Ricardo, el mejor amigo de Maximiliano. La mamá del pequeño Mateo. ¿Qué la traía por aquí?Maximiliano frunció el ceño ligerame
La semana transcurrió con una lentitud exasperante. Maximiliano se había sumido en una preocupación silenciosa, apenas presente en la oficina más allá de las reuniones importantes. Sus interacciones conmigo se limitaban a instrucciones breves y formales, la calidez de Margarita evaporada como un espejismo en el desierto. La sombra de Sofía y el pequeño Mateo se cernía sobre él, creando una barrera invisible entre nosotros.Daniela, siempre observadora, notó el cambio en el ambiente- ¿Todo bien con el jefe, Clari? Parece como si tuviera el alma en otro lado.-Está pasando por un momento delicado con la familia de su amigo - respondí vagamente, sin querer revelar nada de nuestra extraña "no relación".Pero la ausencia de Maximiliano en nuestra dinámica laboral era solo una parte de la historia. Sofía Vargas comenzó a aparecer con más frecuencia en la oficina. Al principio, eran llamadas telefónicas que él atendía con una voz suave y preocupada. Luego, fueron visitas breves, con la excus
La distancia de Maximiliano se había convertido en una constante palpable en la oficina. Susurros telefónicos que cortaba bruscamente al verme acercar, la sombra de Sofía Vargas flotando en el aire con sus visitas cada vez más frecuentes... todo contribuía a una atmósfera cargada de secretos. Mi curiosidad, lejos de disminuir, se había transformado en una punzante necesidad de entender el laberinto emocional en el que Maximiliano parecía moverse.Aproveché un instante en que Daniela regresaba de fumar para acercarme a su escritorio. Su mirada astuta siempre parecía captar las corrientes subterráneas de la oficina.-Dani, ¿has notado algo… raro últimamente con el señor Ferrer y la señora Valera?Daniela exhaló, su aliento impregnado a cigarrillo- Raro… ¿en qué sentido, Clari? Maximiliano siempre ha sido un hombre reservado. Y Sofía… bueno, está sufriendo. Es normal que busque apoyo en un amigo tan cercano a Ricardo.Su tono era demasiado casual, casi ensayado. Sentí que ocultaba algo.
La atmósfera en la oficina se había vuelto opresiva, cargada de secretos que parecían susurrarse en cada rincón. Observaba a Maximiliano con una atención casi paranoica, analizando cada una de sus interacciones con Sofía. Sus llamadas seguían siendo un misterio, su voz apenas audible tras la puerta cerrada, pero la tensión que emanaba de su oficina era palpable. Las visitas de Sofía, cada vez más frecuentes, se habían convertido en un recordatorio constante de mi propia insensatez al aceptar su juego. ¿En qué demonios estaba pensando al creer que podía separar el deseo de la emoción? La culpa me carcomía por dentro, un ácido lento que corroía mi autoestima. Estaba pensando seriamente en dejar el trabajo, pero no podía dejar este sin tener otro asegurado. Tenía que empezar a buscar.Un día, mientras compartíamos un café amargo en la sala de descanso, Daniela se inclinó hacia mí, con los ojos brillantes de una curiosidad mal disimulada.-Clari, a
La situación con Maximiliano y Sofía me tenía enferma. Salí del edificio con ganas de despejarme, de comer algo rico sin pensar en sus rollos. La culpa por haberme metido en ese juego tonto con Maxi seguía ahí, como una sombra, pero necesitaba un break.Iba medio en la luna, viendo los escaparates, cuando vi a una señora mayor tropezar justo delante de mí. ¡Pum! Bolso al suelo y un montón de cosas rodando por la acera. Me lancé a ayudarla al toque.-¡Ay, señora! ¿Todo bien? ¿Se dio un golpe? - le pregunté, recogiendo un pañuelo de seda súper elegante que se le había caído.La señora era una ricachona, se notaba por la ropa y las joyas, pero tenía una cara súper dulce. Me sonrió como si le hubiera hecho un favor enorme.-Ay, hijita, qué despistada soy. Mil gracias por la ayuda- dijo rápidamente.Entre las dos juntamos sus cosas: las gafas, un monedero de cuero carísimo, hasta un estuche de maquillaje.-No es nada, señora - le dije
La tarde en la oficina adquirió un matiz decididamente diferente tras la inesperada revelación de mi encuentro con Elena. Maximiliano parecía visiblemente más relajado, como si una pequeña carga se hubiera levantado de sus hombros, aunque la preocupación por Sofía y el pequeño Mateo seguía presente en sus ojos. Durante las horas siguientes, me dirigió algunas miradas discretas, cargadas de un agradecimiento silencioso que derretía ligeramente la barrera de formalidad que habíamos construido con tanto esmero.Daniela, con su radar de chismes siempre activo, no tardó en acercarse a mi escritorio con una sonrisa traviesa.-Clari, ¡esto es mejor que una telenovela turca! ¿Desde cuándo conoces a la suegra? ¡Que buen giro de guion!-¡Dani, por favor! ¡No es mi suegra! - exclamé, sintiendo un leve rubor en mis mejillas. - La ayudé esta mañana cuando se cayó cerca del edificio. Fue una coincidencia total, te lo juro.-¡Uy, qué puntería la tuya! Y el jefe parecía… bastante… ¿conmovido? Esto se