La cuenta regresiva resonaba en el apartamento de Elena, un latido colectivo que marcaba el final de un año y la promesa de uno nuevo. Las luces de la ciudad centelleaban como estrellas fugaces, reflejándose en las copas de champán que sosteníamos en alto.
—¡Diez! —gritó Andrés, levantando su copa con entusiasmo.—¡Nueve! —siguió Elena, abrazando a su hijo con cariño. —Este año será nuestro año, mi Maxi.—¡Ocho! —Maximiliano me lanzó una mirada rápida, una pequeña sonrisa en sus labios.—¡Siete! —murmuré, sintiendo la anticipación crecer en mi interior.—¡Seis! —Andrés rodeó a Elena con un brazo, mirándola con afecto—. Gracias por otro año maravilloso, madre mía.—¡Cinco! —Elena le devolvió la sonrisa, sus ojos brillando. —Y los que vendrán, mi vida.—¡Cuatro! —Maximiliano se acercó un poco más a mí.—¡Tres! —respiré hondo, sintiendo el corazón latir con fuerza.