Una Mentira Que Parezca Verdad
El camino de regreso transcurrió en silencio, pero no era incómodo. Helena iba recostada contra el asiento, con la cabeza girada hacia la ventanilla, observando las luces de la ciudad difuminándose a medida que se alejaban del mirador. Alexander, con una mano en el volante y la otra descansando sobre el muslo de la mujer, la miraba de reojo de vez en cuando.
Cuando llegaron a la mansión, él apagó el motor y se giró hacia ella.
- No quiero que la noche termine aún.
Helena arqueó una ceja, aunque no se movió.
- Hemos tenido una cena pública, un mirador con fresas y chocolate. Alexander, incluso para tu estándar, ya hiciste suficiente espectáculo por hoy.
Él sonrió, pero su expresión no tenía rastro de diversión.
- No es por el espectáculo. Es por mí.