Toxicidad

Edward

La casa estaba en silencio cuando volvimos. El resto de la familia se había dispersado, algunos hacia los jardines, otros a sus habitaciones. El aire fresco de la noche se colaba por los ventanales, trayendo consigo el eco de risas lejanas y el aroma de las flores de la terraza.

Grace subió las escaleras delante de mí sin decir una palabra. Su andar era sereno, pero cada paso parecía provocador. Sabía que yo estaba al borde. Sabía exactamente lo que hacía.

Al entrar a la habitación, se descalzó sin prisa, dejando los zapatos a un lado y soltándose el cabello con un gesto lento que me desesperó. Se quitó el abrigo de lana y lo dejó caer sobre la silla. Luego, se giró.

—¿Te vas a quedar callado toda la noche o ya te tragaste los celos? —preguntó, como si hablara del clima.

Cerré la puerta tras de mí sin apartar la mirada de ella.

—No estaba celoso —mentí. Torpemente.

Ella arqueó una ceja.

—Ah, claro. Por eso casi le rompes la mano a Vicencio en el área de juegos. Si no fuese por
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