Edward
El viaje al pueblo fue como una caravana de nostalgia y poder. Dos camionetas blindadas, escoltas discretos, y toda mi familia riendo como si el tiempo no hubiera pasado. Grace iba junto a mí, y su emoción por asistir a su primera kermés italiana me ablandó por dentro. Había algo en verla tan ilusionada que me hacía querer detener el tiempo.
Al llegar, los sonidos del pueblo me envolvieron. Música, voces, risas de niños corriendo, el olor del pan recién horneado mezclado con queso curado, vino tinto y tierra húmeda. Los puestos ofrecían de todo: dulces caseros, juegos de feria con peluches gigantes, caballos trotando entre la multitud. Era la Toscana más viva que había visto en años.
Grace observaba todo con ojos grandes, deteniéndose a mirar premios, saludando a niños, y haciéndome probar bocados de aquí y allá.
—¿Ves? Esto es lo que te pierdes cuando estás en Nueva York —me dijo, dándome un trozo de pan con aceite de oliva y sal gruesa.
—También me pierdo de caminar entre mul