El silencio de la mansión se había vuelto insoportable. Adrián había salido temprano esa mañana, dejando a Elena sola con sus pensamientos y con la creciente sensación de que las paredes guardaban secretos que susurraban cuando nadie escuchaba.
La biblioteca secreta, ese santuario que Adrián le había mostrado como prueba de confianza, se había convertido en su refugio. Elena pasaba horas allí, recorriendo con la yema de los dedos los lomos de libros antiguos, respirando el aroma a papel viejo y madera pulida, buscando respuestas en páginas que no sabía si existían.
Esa tarde, mientras reorganizaba algunos volúmenes que había estado consultando, un libro particularmente pesado se le resbaló de las manos. Al caer, golpeó contra el suelo con un sonido metálico que no correspondía al de un simple libro. Elena se agachó, curiosa, y al recogerlo notó que la contraportada tenía un pequeño compartimento oculto. Dentro, brillando como una promesa, había una llave antigua de bronce.
—¿Qué secre