El retrato la observaba desde la pared con ojos que parecían seguirla. Elena se detuvo frente a él, como lo había hecho decenas de veces desde que lo descubrió en aquella habitación cerrada del ala este. La mujer del cuadro tenía algo perturbadoramente familiar, algo que le erizaba la piel cada vez que la miraba.
Cabello castaño con reflejos cobrizos, ojos color miel, labios finos y una pequeña marca de nacimiento cerca de la clavícula izquierda. Exactamente como ella.
—Es como mirarme en un espejo antiguo —murmuró Elena, acercándose tanto que su aliento empañó ligeramente el cristal que protegía la fotografía.
La imagen databa de los años cincuenta, a juzgar por el vestido y el peinado de la mujer. En el marco dorado, una pequeña placa de latón rezaba simplemente: "Amelia, 1952". Sin apellido, sin más información.
Elena había intentado preguntarle a Adrián sobre ella, pero cada vez que mencionaba el retrato, él cambiaba de tema con una habilidad que resultaba sospechosa. "Solo una an