El silencio que siguió a mi pregunta fue como un abismo abriéndose entre nosotros. Adrián permaneció inmóvil, con la mirada fija en mí, pero sus ojos... sus ojos se transformaron en algo que nunca había visto antes. Un destello oscuro, primitivo, atravesó sus pupilas. No respondió con palabras, pero su cuerpo entero se tensó como la cuerda de un violín a punto de romperse.
—¿Qué has dicho? —susurró finalmente, con una voz tan baja que apenas pude escucharla.
Tragué saliva, pero me mantuve firme. Ya no podía retroceder.
—Dije que lo sé todo, Adrián. Sé lo que le hiciste a Marcos. Sé que no fue un accidente.
Sus nudillos se tornaron blancos mientras apretaba el borde de la mesa. La habitación, de pronto, parecía haberse encogido, como si las paredes se acercaran lentamente hacia nosotros.
—No tienes idea de lo que estás hablando —respondió, cada palabra medida con precisión quirúrgica.
—¿No? ¿Entonces por qué encontré esto? —Deslicé sobre la mesa el sobre con las fotografías que había d