El vestido de seda azul noche se deslizaba sobre la piel de Elena como agua oscura. Frente al espejo de cuerpo entero, apenas reconocía a la mujer que le devolvía la mirada. Marta, la estilista personal que Adrián había contratado para la ocasión, daba los últimos toques a su cabello, recogido en un elegante moño bajo con mechones sueltos que enmarcaban su rostro.
—El señor fue muy específico con las instrucciones —comentó Marta mientras colocaba una horquilla con pequeños diamantes—. Dijo que debía lucir exactamente así.
Elena observó su reflejo con una inquietud creciente. El maquillaje, el peinado, incluso la forma en que el vestido se ajustaba a su cuerpo... todo le resultaba extrañamente familiar y ajeno a la vez. Como si estuviera interpretando a un personaje que conocía pero no recordaba haber estudiado.
—¿Específico? —preguntó Elena, intentando que su voz sonara casual.
—Tenía una fotografía —respondió Marta, y luego pareció arrepentirse de haberlo mencionado—. Bueno, ya está