El amanecer apenas se asomaba por el horizonte cuando Elena terminó de guardar los documentos en su bolso. Había esperado este momento durante días, calculando cada detalle. Adrián había salido temprano para una reunión de negocios, y según su agenda, no regresaría hasta el mediodía. Era ahora o nunca.
Con manos temblorosas, se colocó una gorra y unas gafas oscuras. El reflejo que le devolvió el espejo era el de una mujer que apenas reconocía: pálida, con ojeras profundas y una mirada inquieta que delataba su estado mental. Pero estaba decidida. Las pruebas que había recopilado sobre los negocios turbios de Adrián, las fotografías de sus encuentros con hombres de aspecto sospechoso, y las notas sobre conversaciones que había escuchado a escondidas, todo estaba en su bolso.
—Solo necesito llegar a la comisaría —murmuró para sí misma, como un mantra que le daba fuerzas—. Solo necesito que alguien me escuche.
Bajó las escaleras con sigilo, evitando a la empleada doméstica que limpiaba el