Capítulo 7

-Violet.

Su voz me detuvo cuando mi mano ya estaba en la manija. No era la voz de CEO que usaba en las reuniones. Era algo más bajo, más… personal.

Me giré.

Ethan se había movido desde la ventana y ahora estaba más cerca, a medio camino entre su escritorio y la puerta. La luz del atardecer lo bañaba en tonos dorados que suavizaban las líneas duras de su rostro. Tenía las manos en los bolsillos, una postura que podría haber parecido casual en cualquier otra persona, pero en él solo revelaba una tensión contenida.

—¿Sí? —pregunté, mi voz sonando más pequeña en el espacio entre nosotros.

—Cuando… —comenzó, luego se detuvo. Vi cómo su mandíbula se tensaba, como si las siguientes palabras le costaran algo—. Cuando mencioné a Elena, no era… —otra pausa—. No lo tomes como algo personal. No tiene nada que ver contigo.

Era la declaración más vulnerable que le había escuchado hacer. Y precisamente por eso, dolía un poco.

—No lo tomé personal —dije, aunque no estaba completamente segura de que fuera verdad.

—Bien.

Pero ninguno de los dos se movió. El silencio se extendió, llenándose con cosas no dichas. Podía escuchar el zumbado distante del tráfico cuarenta y dos pisos abajo, el sonido apenas perceptible del aire acondicionado, mi propia respiración que parecía demasiado alta.

—¿Puedo preguntarte algo? —dije finalmente—. Y puedes no responder si no quieres.

Ethan inclinó la cabeza ligeramente, un gesto que interpreté como permiso para continuar.

—¿Alguna vez te arrepientes de esto? De todo esto —hice un gesto que abarcaba la oficina, el edificio, presumiblemente su imperio entero—. ¿De construir paredes tan altas que nadie puede acercarse.

Esperaba que desviara la pregunta, que la convirtiera en algo sobre negocios o eficiencia. Pero en lugar de eso, me miró directamente, y había algo en sus ojos que nunca había visto antes. Algo que parecía peligrosamente cercano a la honestidad cruda.

—Todos los días —dijo simplemente.

La confesión me quitó el aliento. No por lo que dijo, sino por cómo lo dijo, como si las palabras hubieran estado esperando salir durante mucho tiempo.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Porque el arrepentimiento es más fácil de manejar que la vulnerabilidad.

Dio un paso más cerca. Luego otro. Hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que pudiera ver las pequeñas imperfecciones en su rostro que la distancia profesional usualmente ocultaba. Una pequeña cicatriz en su labio superior que era casi invisible. Las pestañas que eran más largas de lo que había notado. La forma en que su respiración era ligeramente irregular, como si también estuviera sintiendo el peso de este momento.

—¿Y tú? —preguntó, su voz apenas más que un murmullo—. ¿Te arrepientes de estar aquí? De aceptar trabajar con alguien como yo.

—Alguien como tú.

—Difícil. Exigente. Emocionalmente cerrado, según me han dicho.

—No —dije, sorprendiéndome con mi propia certeza—. No me arrepiento.

—¿Por qué no?

—Porque creo que hay más en ti de lo que dejas que la gente vea. Y creo que trabajar contigo, aunque sea imposible a veces, me está haciendo mejor en lo que hago.

Algo pasó por su rostro. Sorpresa, tal vez. O algo más complejo que no tenía nombre.

—Cuidado, Violet —dijo, y su voz tenía una cualidad de advertencia—. Ese tipo de pensamiento puede ser peligroso.

—¿Por qué?

—Porque podrías terminar decepcionada cuando descubras que no hay nada más que ver. Que esto —señaló a sí mismo— es todo lo que hay.

—No creo eso.

—¿No?

—No.

Nos miramos en ese silencio cargado, y sentí como si estuviéramos teniendo dos conversaciones simultáneamente. La que estábamos diciendo en voz alta, y otra completamente diferente que sucedía en los espacios entre las palabras, en la forma en que su mirada caía brevemente a mis labios antes de volver a mis ojos, en cómo mi pulso se aceleraba en respuesta.

—Deberías irte —dijo finalmente, pero no sonó como una orden. Sonó como una petición, como si necesitara que pusiera distancia entre nosotros antes de que algo cambiara irreversiblemente.

—¿Y tú? ¿Cuándo te irás?

Una sonrisa pequeña, casi triste, tocó sus labios.

—Probablemente no lo haré.

—Ethan…

—Vete a casa, Violet. Descansa. Mañana será un día largo.

Esta vez, obedecí. Pero mientras caminaba hacia la puerta, sentí su mirada siguiéndome, un peso tangible contra mi espalda.

—Violet —dijo una vez más, justo cuando estaba a punto de salir.

Me detuve pero no me giré, no confiaba en mi expresión si lo veía otra vez.

—Gracias. Por hoy. Por… entender.

—No tienes que agradecer por eso.

—Lo sé. Pero lo hago de todas formas.

Salí de su oficina con el corazón latiendo contra mis costillas como algo salvaje intentando escapar. El pasillo parecía más largo de regreso, las luces más brillantes, todo más intenso de alguna manera.

En el elevador, me permití exhalar completamente por primera vez en lo que parecían horas. Mi reflejo me devolvió la mirada desde las puertas de acero pulido: mejillas ligeramente sonrojadas, ojos demasiado brillantes, labios que sin darme cuenta había estado mordiendo.

Me veía como alguien al borde de algo. Y no estaba segura de si debería dar el paso o retroceder.

Las puertas se abrieron en el piso cuarenta y casi choqué con alguien.

—Lo siento, yo… —comencé, luego me detuve.

Era Rebecca Thornton, la CFO que había estado en mi presentación inicial. Llevaba un abrigo de lana sobre un vestido que probablemente costaba más que mi renta mensual, su cabello perfectamente peinado a pesar de que eran casi las seis de la tarde. Llevaba un maletín en una mano y su teléfono en la otra.

—Violet —dijo, sus ojos examinándome con esa atención aguda que probablemente hacía a la gente confesar cosas sin querer—. Trabajando tarde.

—Presentando opciones de casos de estudio —expliqué, intentando sonar profesional a pesar de que todavía podía sentir el fantasma de esa conversación con Ethan adherido a mi piel.

—Ah, sí. El proyecto piloto —guardó su teléfono en su bolsillo—. ¿Cómo va?

—Bien. Creo. Estamos avanzando.

Rebecca sonrió, pero había algo en esa sonrisa que me puso nerviosa. No era desagradable, exactamente. Más bien parecía conocer algo que yo no sabía.

—Un consejo no solicitado —dijo, presionando el botón del elevador—. Ethan es brillante en los negocios. Posiblemente el mejor con el que trabajarás en tu vida. Pero las líneas con él… pueden ser fáciles de cruzar sin darte cuenta.

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