Nos miramos por un momento, y había algo en el aire entre nosotros que no era solo profesional. Era el cansancio compartido de dos personas que trabajaban demasiado, que esperaban demasiado de sí mismas, que no sabían cómo parar incluso cuando deberían.
—¿Por qué sigues aquí realmente? —pregunté—. No es por el análisis de riesgo.
Ethan tomó un sorbo de su café, considerando la pregunta.
—Porque si me voy a casa, estaré solo en un apartamento vacío sin nada que hacer excepto pensar. Y hoy no quiero pensar.
—¿En qué no quieres pensar?
—En todas las formas en que estoy complicando algo que debería ser simple.
Mi corazón se aceleró.
—¿Qué estás complicando?
Me miró directamente, y había una intensidad en sus ojos que me quitó el aliento.
—Esto. Nosotros. El hecho de que cada vez que estoy en una sala contigo, tengo que recordarme que eres mi empleada. Que hay líneas que no debería querer cruzar. Y que cada conversación que tenemos hace que esas líneas se vean más borrosas.
El silencio que