La sala de conferencias del piso cuarenta era más casual que la del día de mi presentación. Había una mesa redonda de madera clara, sillas cómodas que no parecían diseñadas para intimidar, y una pizarra blanca cubierta de diagramas y ecuaciones que alguien había olvidado borrar. En la esquina, una cafetera industrial zumbaba, llenando el aire con el aroma de café recién hecho. Era el primer espacio en este edificio que se sentía como un lugar donde la gente realmente trabajaba, no solo posaba.
Aaron estaba recostado en su silla con los pies sobre la mesa, tecleando en su laptop con una velocidad que parecía imposible. Llevaba la misma sudadera del día anterior —o una idéntica— y audífonos alrededor del cuello de donde escapaba música que sonaba a rock alternativo. —Buenos días, leyenda en construcción —me saludó sin levantar la vista. —Buenos días —respondí, dejando mi bolsa en una silla—. ¿Siempre eres tan optimista en las mañanas? —Es un mecanismo de defensa. Si no bromeo sobre lo imposible que es todo esto, tendría que enfrentarlo seriamente. Y eso sería deprimente. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y entró una mujer que inmediatamente cambió la energía de la sala. Maya Rodríguez era el tipo de persona que probablemente hacía que todos se enamoraran un poco de ella sin siquiera intentarlo. Tenía el cabello rizado recogido en un moño despeinado con dos lápices atravesados manteniéndolo en su lugar. Llevaba un overol de mezclilla sobre una camiseta de bandas que yo no conocía, y había manchas de lo que parecía pintura en sus manos. Pero fueron sus ojos lo que me capturó: marrones y cálidos, el tipo de ojos que realmente te veían cuando te miraban. —Tú debes ser Violet —dijo con una sonrisa genuina, extendiendo una mano manchada de pintura verde—. Perdona el desastre. Estaba trabajando en unos mockups físicos antes de venir. —No te preocupes —estreché su mano, sintiendo la textura de la pintura seca—. Es bueno conocerte. —Maya es nuestra genio del diseño —explicó Aaron, finalmente levantando la vista—. Si lo puedes imaginar, ella puede hacerlo hermoso y funcional. Usualmente en ese orden. —Y Aaron es nuestro mago del código —respondió Maya, dejándose caer en una silla—. Si lo puedes soñar, él puede hacerlo funcionar. Usualmente después de quejarse durante una hora de por qué es imposible. —Es llamado gestión de expectativas —corrigió Aaron. La puerta se abrió una vez más y entró el tercer miembro del equipo. James Chen era lo opuesto a Aaron: inmaculadamente vestido con una camisa azul clara metida en pantalones chinos planchados, cabello negro perfectamente peinado, y lentes de montura delgada que le daban un aire académico. Llevaba una tableta y una taza térmica con el logo de una universidad que reconocí como Ivy League. —Disculpen la tardanza —dijo, aunque según el reloj de la pared llegaba cinco minutos antes—. El tráfico estaba imposible esta mañana. —James, ella es Violet —presentó Maya—. Violet, James es nuestro hombre de números. Si necesitas datos, proyecciones, o cualquier cosa que requiera matemáticas avanzadas, él es tu persona. —Un placer —James me estrechó la mano con firmeza profesional—. He revisado tu propuesta. Es… ambiciosa. La forma en que lo dijo me hizo sentir que “ambiciosa” no era necesariamente un cumplido. —Todos los buenos proyectos lo son —respondí. —Cierto. Aunque la ambición necesita estar respaldada por datos sólidos. Y tus proyecciones de crecimiento asumen variables que… —James —interrumpió Maya con suavidad—. Tal vez podemos guardar la crítica analítica para después del café. James tuvo la decencia de verse ligeramente avergonzado. —Perdona. Es hábito. Me serví café de la cafetera, notando que había tres tipos diferentes de leche y varios edulcorantes. Elegí el café solo, necesitaba la amargura para mantenerme alerta. —Entonces —dijo Aaron, cerrando su laptop—, ya que Ethan nos lanzó a todos a este proyecto sin mucho contexto, ¿por qué no nos cuentas tu visión? La versión real, no la versión sanitizada que le diste a los ejecutivos. Me senté, sintiendo el peso de tres pares de ojos sobre mí. Afuera, el sol de media mañana proyectaba sombras largas sobre la mesa. —La versión real es que el sistema actual está roto —comencé—. Los pequeños negocios necesitan capital para crecer, pero los bancos tradicionales no quieren arriesgarse con ellos. Las tasas de interés son predatorias, los requisitos son imposibles, y para cuando alguien finalmente consigue un préstamo, ya perdió meses de oportunidad. —Eso no es exactamente revelador —señaló James—. Es el problema que docenas de startups han intentado resolver. —Cierto. Pero todos lo han intentado desde arriba hacia abajo. Inversionistas grandes buscando rendimientos grandes. Nadie ha creado un sistema verdaderamente local, donde la gente invierte en su propia comunidad porque le importa, no solo por los retornos. Maya se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con interés. —Como un Kickstarter pero para negocios reales. Con estructura de préstamo en lugar de donaciones. —Exacto. Y con protecciones tanto para el inversionista como para el negocio. Transparencia completa, actualizaciones regulares, una plataforma que hace que todo el proceso sea tan simple como transferir dinero a un amigo. —El problema —interrumpió James, porque aparentemente no podía evitarlo— es la regulación. Estamos hablando de productos financieros. Eso significa lidiar con la SEC, leyes estatales, cumplimiento… —Lo sé —dije—. Por eso necesito a ustedes. Necesito que Aaron construya una plataforma que sea segura y escalable. Necesito que Maya la haga tan intuitiva que mi abuela pudiera usarla. Y necesito que James encuentre la forma de navegar todo el panorama legal sin que nos hundan en multas. Aaron se reclinó en su silla, una sonrisa lenta extendiéndose por su rostro. —Okay. Esto podría ser interesante después de todo. —Interesante no paga las cuentas —murmuró James, pero vi que estaba tomando notas en su tableta. —Tengo una pregunta —dijo Maya—. ¿Por qué tú? No me malinterpretes, tu idea es sólida. Pero Ethan rechaza proyectos brillantes todos los días. ¿Qué vio en ti que le hizo darle una oportunidad a esto? Era una buena pregunta. Y no tenía una buena respuesta. —Honestamente, no lo sé. Dijo algo sobre que la gente con algo que demostrar trabaja más duro. —Típico de Ethan —dijo Aaron—. Todo es psicología con él. Aprieta los botones correctos, observa cómo reaccionas, decide si vales la pena. —¿Hace eso con todos? —pregunté. Los tres intercambiaron miradas. —Ethan es… complicado —dijo Maya cuidadosamente—. Es brillante, no hay duda. Y justo, a su manera. Pero no esperes calidez o compasión. Para él, esto es un negocio. Solo negocio. —Y espera lo mismo de todos —agregó James—. He visto a gente brillante quemarse porque no podían mantener el ritmo. O porque esperaban que él se preocupara por sus problemas personales. —¿Y ustedes? —pregunté—. ¿Por qué siguen aquí? Aaron sonrió.