Darian miró a Elena con atención, percibiendo la inquietud que se escondía en sus ojos. La noche ya había caído sobre el pueblo, y la luna llena colgaba en lo alto como un testigo silencioso. Tras un instante de silencio, suspiró con resignación y dijo:
—Guianos.
Los hombres se inclinaron de inmediato, mostrando respeto. Darian abrió la puerta del coche para que Elena subiera primero, y cuando se acomodó detrás del volante, murmuró en voz baja, lo suficientemente cerca para que ella lo oyera.
—No podemos irnos sin ver al rey del Sur… teníamos que habernos anunciado antes de venir. Lo siento, Elena. Aún no me acostumbro a las leyes de este mundo.
Ella lo observó, intentando descifrar esa mezcla de frustración y deber en su tono. No lo culpó. Desde el principio, Darian había hecho lo posible por ayudarla a desentrañar su verdad, y ahora lo único que importaba era continuar el camino, aunque este los llevara a un territorio desconocido.
El trayecto fue breve, pero cargado de tensión. Las