Elena había salido del hospital con la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola. La conversación con Sofía le había dejado una mezcla de alivio y preocupación. Aquella joven, a pesar de ser hija de Leo Álvarez, mostraba una determinación sincera de rebelarse contra su padre. Y eso, en un tablero plagado de enemigos, podía marcar la diferencia.
Dos días después, volvieron a encontrarse en una cafetería discreta lejos del hospital. Habían decidido mantener sus reuniones en lugares públicos, precisamente para no levantar sospechas. Sofía llegó antes, nerviosa, mirando cada tanto por la ventana, consciente de que en cualquier momento alguno de los hombres de su padre podía aparecer.
—¿Crees que sospecha de algo? —preguntó en voz baja cuando Elena se sentó frente a ella.
—Leo Álvarez sospecha siempre —respondió Elena con seriedad—. No es un hombre que confíe ni siquiera en su propia sombra.
Sofía bajó la mirada.
—Entonces debemos actuar rápido. Si descubre que esto