Capítulo 32

El salón principal del Consejo Supremo imponía respeto desde el umbral. Era una sala inmensa, ovalada, iluminada por candelabros que parecían sostener llamas eternas y paredes cubiertas de escudos, símbolos de cada manada representada. En el centro, una mesa circular de madera oscura reunía a los ancianos, todos con miradas penetrantes y posturas rígidas. La atmósfera estaba impregnada de poder, historia y juicio.

Elena y Darian avanzaron juntos, sintiendo el peso de cada mirada sobre ellos. El silencio que reinaba se quebró con el eco de sus pasos. Darian la sostuvo con firmeza, transmitiéndole calma, aunque ella podía percibir el latido acelerado en sus venas.

El presidente del Concejo, un hombre de cabellos blancos y mirada azul como hielo, fue el primero en hablar.

—Rey alfa Darian —su voz retumbó en el recinto—. Antes de exponer su caso, debe saber que hemos recibido advertencias de que su decisión no es razonable. Abandonar una manada por voluntad propia es inusual, pero hacerlo
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