El regreso al hogar de la manada fue acompañado por un silencio extraño. No había cánticos ni vítores como en las celebraciones pasadas, pero tampoco hostilidad abierta. Era más bien un respeto denso, cargado de asombro y miedo. La imagen de Laykan erguido junto a Nix había quedado grabada en cada miembro de la manada: su rey, en todo su esplendor, había decidido mostrarse completo. Eso no ocurría todos los días.
Los lobos que se encontraban patrullando en los límites bajaron la cabeza al verlos regresar. Algunos, incluso, dieron un paso atrás, dejando el camino libre como si temieran interponerse. Darian caminaba con Elena a su lado, la mirada fija al frente y el cuerpo erguido, irradiando un poder que no necesitaba gritos ni amenazas.
Elena, por su parte, aún procesaba lo vivido. El recuerdo de la noche anterior, la carrera en el bosque, la cacería y la unión tan íntima con Nix y Laykan todavía vibraba en su interior. Jamás había sentido semejante libertad, ni una conexión tan salva