—¡Es un compañero! Solo un compañero, ¿entiendes? No tienes ningún derecho a… a intimidarlo así.
Rodrigo se acercó más, invadiendo su espacio personal. Por inercia retrocedió un par de pasos. En momentos como estos, no parecía poder reconocerlo. Era como si se hubiera transformado por completo.
—Claro que tengo derecho.
—¿Qué? ¡Claro que no! —replicó, alzando la voz, aunque su respiración se había acelerado. Su pecho subía y bajaba sin control. Pero no solo por la rabia, sino también por… ¡Cielos, hacía calor!
—¡Claro que sí y puedo enumerarte todas las razones por las cuales los tengo! Para empezar eres la madre de mi hijo. Prácticamente vivo aquí. Y también… —se detuvo de golpe, como si recién se diera cuenta de que había estado revelando demasiado—. No soporto ver a otro hombre haciéndote reír así.
Verónica sintió como si la hubieran sacudido por los hombros con demasiada violencia. Su enojo ardía, pero debajo de él, algo más palpitaba.
¿Acaso estaba admitiendo que sentía celos?
—É