En los días siguientes no pudo dejar de pensar en qué se refería con eso de no querer equivocarse… Esa noche, Rodrigo se había dado media vuelta y se había encerrado en su habitación, dejándola temblando, con miles de preguntas rondando por su cabeza.
Una noche, días después, salió de su recámara con un vaso de agua en la mano, y al pasar por la sala lo encontró allí, sentado en el sofá, sin encender la luz.
—¿No duermes? —preguntó, extrañada ante la escena. Sabía que era uno de esos hombres que trabajaba hasta la madrugada; sin embargo, en esos instantes no parecía ser el trabajo lo que lo tuviera en vela.
La respuesta no llegó y fue cuando notó que estaba con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo. Se acercó despacio, temiendo molestarlo, pero sentía curiosidad y… preocupación.
—¿Te pasa algo?
Él levantó la vista, y por primera vez, no vio dureza en esos ojos, sino un cansancio o algo más profundo que no supo describir.
—Estaba pensando.
—¿E