Enzo, con una expresión imperturbable, se giró hacia las dos mujeres con una mirada fría.
—Ya no quiero escuchar más tonterías —dijo en un tono tan seco que resonó en la sala. Sus palabras eran como una sentencia que debía sí o sí ser cumplida—. Lo del bebé está en veremos. Hasta que no nazca y se demuestre que es mío, no lo consideraré mi hijo.
Con esos últimos comentarios, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia las escaleras, sus pasos firmes y seguros, sin perder más tiempo en idioteces.
Olivia y Eloísa se quedaron solas en la sala, visiblemente molestas. La mujer mayor no tardó en expresar su frustración.
—¿Por qué dijo eso? —preguntó, su tono lleno de fastidio. ¿Qué tan difícil podía ser aceptar a un hijo cuando se había tenido sexo? Además, Eloísa aseguraba que habían sido muchas veces—. ¿Por qué está tan dudoso de que el bebé sea suyo? ¿Acaso no me dijiste que se acostaban seguido?
Eloísa la miró, tomando un respiro, y luego dejó escapar una risa amarga, como si todo a