Los pasos de Valeria resonaron con elegancia. Llevaba un traje de corte ejecutivo negro entallado, una blusa blanca de seda y tacones a juego. Su cabello, por lo general suelto y desordenado, se encontraba recogido en una coleta alta; sus labios estaban pintados de un rojo intenso y sus ojos exigían silencio sin decir una sola palabra.
El hombre, a la cabeza de la mesa, dejó de respirar por un momento. Su mente le decía que aquello era una mala pasada de su cerebro, ¿tanto la había estado pensando últimamente? Parpadeó como si con eso pudiera borrarla. Pero no. Ella seguía allí de pie, dejándole en claro que no era una ilusión creada por su mente.
Sus ojos se encontraron en ese momento.
Solo un segundo.
Lo suficiente como para congelarle el pecho y calentarle la sangre.
La habitación entera quedó en un mutismo absoluto, hasta que la bomba explotó.
—¿¡Qué demonios hace esta mujer aquí!? —gritó Olivia, colocándose de pie de un salto.
—¿Esto era? —le secundó Eloísa con una risa cargada d