—Ya no tienes excusa, Enzo —dijo su madre, entrando en su despacho sin molestarse en tocar la puerta—. ¿Qué estás esperando para firmar ese maldito divorcio?
Enzo estaba de pie junto a la ventana, sosteniendo una copa de coñac que no había alcanzado a probar cuando aquella desagradable pregunta irrumpió en la calma que intentaba aparentar. Su perfil era imponente, como el de un hombre que parecía dominarlo todo… excepto sus propios pensamientos.
—Ya lo firmó ella, ¿recuerdas? —continuó Olivia, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su tono era de fastidio total. A regañadientes había aceptado la presencia de las niñas. Así que se negaba a aceptar más sorpresas—. Lo dejó firmado hace tres años. El único que no lo ha hecho eres tú. ¿Por qué?
Él solo se limitó a beber un sorbo de su trago.
—No me digas que aún esperas que vuelva. No después de lo que hizo. No después de cómo se largó —las palabras venenosas buscaban avivar el fuego del odio que Enzo había mantenido encendido durante tr