—¡Gabriela, dame eso! —gritó Evangelina, persiguiendo a su hermana por el pasillo alfombrado.
—¡No! Es mío ahora —replicó Gabriela, huyendo con un unicornio de peluche apretado contra su pecho.
Se suponía que todas tenían los mismos juguetes para evitar este tipo de altercados; sin embargo, Gabriela prefería el unicornio de color rosa, en comparación al morado que le habían dado.
—Se lo quitaste a Celeste —dijo esta última, cruzada de brazos junto a una ventana, tenía el ceño fruncido y una expresión obstinada.
Las niñas eran idénticas en el rostro, pero bastante diferentes en carácter.
—Niñas… —dijo su cuidadora en voz baja. En el fondo, la mujer comenzaba a creer que no le pagaban lo suficiente. Es que las niñas eran todo un terremoto—. Hoy vendrá una invitada. Deben portarse bien.
Justo en ese instante, las puertas dobles del salón se abrieron.
—¡Hola, preciosas! —entonó Eloísa con un tonito meloso, tenía los brazos extendidos y una sonrisa.
La mujer, vestida completamente de bl